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Presidenta del Gobierno de España

Consejo de Ministras y Ministros del Gobierno de España.

Manuel J. Albert

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Ya queda menos para que España tenga una presidenta al frente del Gobierno. Parece extraño decirlo justo cuando acaba de nombrarse un nuevo Ejecutivo socialista tras la moción de censura al PP pero es ahora, con el equipo más femenino al frente de un país desarrollado, cuando más evidente se hace que nunca una mujer se ha sentado a dirigir un Consejo de Ministros (y de Ministras).

Que una mujer gobierne un estado o una nación moderna no tiene por qué ser garantía prácticamente de nada. Pero el que no lo haya hecho jamás prueba que algo no termina de funcionar bien en ese país. Y España es el caso, aunque todo indica que vivimos, como comunidad, los lentos estertores de esta secular cosmovisión esencialmente machista.

Las señales del cambio no han cesado desde que se recuperó la democracia. Las conquistas han sido lentas pero constantes. Y aunque todavía queda muchísimo camino por delante, los pasos atrás han sido pocos y la fuerza de la mujer como colectivo de presión lleva años haciéndose patente.

Ya casi no nos acordamos de que fueron ellas quienes consiguieron frenar los intentos del PP para enterrar logros indiscutibles como la actual ley del aborto. La mera propuesta reaccionaria de Alberto Ruiz-Gallardón para tocar el texto legal le terminó costando su dimisión como ministro de Justicia del PP en la primera gran crisis de los gobiernos de Mariano Rajoy. Corría el año 2014 y aún faltaban cuatro para las históricas mareas feministas del último 8 de marzo. Fue un aviso a navegantes de lo que estaba por venir.

Y lo que queda por venir es todavía mucho. Un tsunami apenas es perceptible en alta mar. Tal vez no lo veamos llegar a la orilla en forma de gran ola que todo lo cambie, pero la corriente de fondo que ya arrastra ha sacado a la superficie debates prioritarios que hay que resolver y cuyo beneficio para la mujer lo será también para el hombre: lograr la conciliación familiar y laboral, superar el techo de cristal en las carreras profesionales, eliminar la brecha salarial, luchar contra violencia machista, fijar la paridad en los órganos públicos de representación, educar en igualdad, garantizar las partidas económicas para estas políticas...

Una presidenta del Gobierno de España no será, como digo, garantía para alcanzar todos esos logros. Pero sí que simbolizará que los tiempos, definitivamente, han cambiado. Y el poso que deje su mandato, cualquiera que sea el mismo, servirá para seguir avanzando.

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