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De la miniprocesión al minigolf

Manuel J. Albert

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Yo creo que tiene que ver con el amor que muchos sienten por las cosas pequeñas. Maquetas de trenes. Modelos a escala de aviones. Miniaturas de escenas bélicas. Bonsais. Enanos de jardín. El goce por el detalle reproducido fielmente a un tamaño mucho menor. Y también estará relacionado con el gustito que da sentirse gigante por un momento y ver todo desde la altura de un Gulliver.

Sí. Ha de ser eso. ¿Para qué vestir a un montón de críos de cuatro, cinco y seis años de costaleros, nazarenos, militares o plañideras de peineta, mantilla y minifalda? Tiene que ser por el mero gusto de la recreación, en un diorama vivo, de una procesión real. Para el lector desnortado: sepa que en Córdoba, desde hace unos años, los colegios públicos y privados suelen recrear estaciones de penitencia con niños pequeños tanto en los centros educativos como en las calles. Todo para mayor goce de los padres, maestros, curas, monjas, cofrades y, me temo, que taxidermistas imaginativos.

Pero hay algo que me preocupa. ¿Por qué no se hace lo mismo con otras citas del calendario de tradiciones y festejos cordobeses? No corramos el riesgo de perderlas. Pienso en una Cata del Vino. Una Cata del Vino en miniatura. Solo hay que acotar un parque infantil y llenarlo con todos los tipos clásicos de una buena fiesta vitivinícola de la tierra: los representantes institucionales de poco más de un metro sonriendo con un medio en la mano; las modelos con chupete repartiendo catavinos; los adolescentes borrachos recién salidos de preescolar...

La labor docente sería igual de esmerada que en el caso de las procesiones: cada rol tendría su propia indumentaria; cada niño debería aprender la forma de actuar del adulto que represente: el apretón de manos firme y el discurso vacío del político, la sonrisa de plástico de la chica florero y el tambaleo balbuceante del entrañable borracho de barra.

Se me ocurren tantas cosas que recrear con la mano de obra gratuita de las guarderías. Podemos seguir tirando de raigambre y levantar minicruces de mayo, aunque básicamente solo hay que montar una crucecita de flores en el mismo parque infantil de la Cata del Vino. O una miniferia -volvemos a lo mismo, quitamos la cruz y echamos albero- de nuevo repitiendo personajes...

Aunque podríamos abrir las posibilidades y hacer un minisalón de plenos con un minialcalde y un minijefe de la oposición mínimamente multado por unas pequeñas construcciones ilegales de Lego de nada. Una miniprima la pelá del tamaño de un llavero. Una minidimisión inexistente -“¡minidimitir ni minidimitir, minidimite tú!”, gritaría el chiquillo de Primaria con peluca- una miniprivatización de miniservicios; un minimegaflamenquín... ¡Un minigolf! No, espere, que lo del minigolf va a ser verdad...

¿Ven ustedes?

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