¡Qué verde era mi valle!
Hoy me siento como Roddy McDowall, en el papel de Bronwyn Morgan, contando en voz en off como era el valle donde él se crió. El irlandés John Ford describió con nostalgia la Gales minera que, a pesar de las servidumbres de dicha actividad, se mantenía verde y, prácticamente, virgen en su recuerdo. Y es así, porque echo de menos nuestra vega del Guadalquivir llena de huertas, de cultivos, de acequias, donde de pequeño me adentraba en busca de fruta, de un baño o de una aventura. Lamentablemente, si la Gales rural caía ante el avance de la industria basada en el carbón, la agricultura cordobesa se ha visto relegada ante el avance de la ciudad y el boom de la construcción. En esa transformación, se han cruzado gentes con mentalidad rural (como Donald Crisp), con otras con una experiencia más urbana (como Walter Pidgeon), produciéndose un convivencia difícil, cuando no conflictiva.
Así, nuestra vega, salvo honrosas islas, se ha convertido en una serie inacabable de viviendas, de mejor o peor calidad, que han urbanizado de forma forzada e incompleta la periferia. En ese crecimiento desordenado, se han mezclado la intención de extender los núcleos históricos, con la de levantar una casa o chalet a precio moderado. El proceso se inició de forma natural, casi siempre en busca de una vuelta al campo por gentes de la ciudad, pero luego ha desembocado en todo un proceso especulativo, donde algunos se han llenado bien los bolsillos y han quedado impunes, y, otros, permitidos, pero multados, han pretendido conseguir una extensión sin control de la ciudad, sin perder sus comodidades y servicios.
Con la llegada del gobierno local democrático, se pretendió atajar el proceso. El PGOU de 1986 legalizó directamente algunas zonas como San Rafael de la Albaida y planteaba un proceso regularizador para otra veintena de núcleos (El Sol, Encinares, Santa Clara-la Felipa, Higuerón Bajo, ....) que, en algunos casos, han acabado legalizándose y, en otros, siguen esperando. Tras el PGOU, la política local fue de represión a los nuevos fenómenos parcelatorios, hasta que la falta de legislación contundente y la llegada de dirigentes populistas como Rosa Aguilar, permitieron que se extendiera el proceso. Una de las medidas más controvertidas fue la dotación de luz a la zona de Carrera del Caballo, que, posteriormente, acabó en los tribunales.
A mitad de los noventa, a la luz de la revisión del PGOU, se animó al vecindario a darse prisa en hacerse con una parcela y construirse una casa, ante la perspectiva de que la nueva planificación urbanística permitiría reconocer lo existente, y, después, se echaría el cierre. Fue, pues, el PP de Merino y Martín el que provocó el mayor proceso parcelador de la historia de la ciudad, llegándose a la paradoja de que la lista de parcelaciones reconocidas por el avance del PGOU, quedó antigua a la par que se publicaba, pues se mantenía la impunidad y se incitaba a la construcción desmedida. Los esfuerzos de Mellado por poner coto definitivo a la especulación, resultaron incomprendidos e infructuosos. Al menos, el nuevo PGOU, aprobado definitivamente en 2003, marcaba procesos de regularización a numerosas parcelaciones, fundamentalmente en la Vega, que alimentaban la esperanza a una solución definitiva.
Han pasado ya diez años de vigencia del PGOU, la Vega no se ha recuperado, aunque se ha frenado algo el proceso parcelatorio, pero las personas que viven en la mayoría de las viviendas incluidas en las zonas previstas para regularizarse, continúan esperando los servicios básicos. Sucesos como las últimas inundaciones provocadas por el río Guadalquivir, han vuelto a recordar que la transformación del territorio ya es una realidad sin marcha atrás. Por ello, lo más razonable es hacer que la vida de las personas sea lo más digna y segura posible, teniendo ellos que afrontar los gastos, a coste razonable, que de ello se deriven; recuperar aquellos espacios con mayor valor medioambiental y patrimonial, eliminando las construcciones que sean necesarias; y asumir que la Vega, como el pueblo de Gales, ya no volverá nunca a ser como antes. Por ello, sobran las medias tintas de las últimas normativas elaboradas por la Junta de Andalucía y la ambiguedad y pasividad permanentes del ayuntamiento que crean confusión en el vecindario afectado. Igual que los Morgan acabaron reconociendo el cambio de su mundo, teniendo que adaptarse a su nuevo pueblo o marchárse de él, nosotros debemos reconocer nuestra derrota y gestionar de la manera más inteligente la realidad que nos rodea.
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