Las plazas
Las plazas no son de nadie, por eso son plazas. A las plazas va quien quiere con la única obligación de respetar a los demás, no hay nadie en la esquina diciendo tú sí, tú no. Cuando decimos que la política sale a las plazas decimos que la sacamos de los cenáculos, los centros de poder, los que viven de ella, para que sea la gente la que la haga suya, para que no se deje manipular, ni examinar, ni etiquetar.
La plaza es la libertad frente al uso ilegítimo del poder, a la presión, a la política del miedo, al adocenamiento, al aire viciado por rencores y envidias. La plaza no es un sitio, es una forma de ser que confía en los demás, que respeta y exige ser respetada, que no acepta que su futuro sea el silencio o el griterío estéril, que no renuncia a ningún espacio, a participar en todas las decisiones.
La plaza es la confianza en el futuro, es la rebelión ante el poder y la impotencia, es estar convencido de que las cosas pueden ser de otra manera, que hoy es el primer día del resto de nuestra vida y no el momento de la enésima e inevitable derrota, es un espacio para relacionarte con los demás y no un nicho para la autocomplacencia.
La plaza es que nadie te grite al oído lo que tienes que decir, no permitir las amenazas ni las represalias, que no te cuenten cuentos chinos, es escuchar, compartir, esforzarte y crear. La plaza es el sueño que debemos construir entre todas y todos, y no el grupo de amigos, de iguales, la panda, la fratría, la charpa. La plaza es haber pasado por mucho y confiar en que la gente puede ser la protagonista de su vida.
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