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Tiene mérito

Ángel Ramírez

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Hace ya meses en una mesa redonda celebrada en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados debatíamos sobre la ciudad de Córdoba. Se comentaron muchas cuestiones referidas, entre otras, a la política ( entonces estaba UCOR en un momento álgido), y a la excesiva presencia de la iglesia católica en todos los ámbitos sociales, también en el político. Estaba yo entre el público e hice una intervención con un par de aportaciones, una de las cuales me pareció a medida que la decía, una pequeña tontería. Pasa eso a veces, en una conversación, o un debate, en los que se impone una dinámica un poco acelerada te sientes obligado a actuar sin mucha reflexión, y te estás arrepintiendo a la vez que intervienes. Comenté que tenía la sensación de que en Córdoba casi nadie estaba en su sitio. No es que no haya buenos arquitectos, es que se están dedicando a otras cosas, dejando que construyan la ciudad a los que serían buenos fabricantes de sombreros de ala ancha, por decir algo. Hay buenos políticos, pero la mayoría no están en las instituciones, y los que están serían estupendos fontaneros, maestros o  empresarios. Y digo que me pareció una pequeña tontería no porque no lo piense, creo que es así, sino porque no es ninguna especificidad de esta ciudad, es aplicable como mínimo a Andalucía y España, y en el fondo creo que al mundo, aunque no en todos sitios en el mismo grado. Quizás, por buscar alguna peculiaridad, el predominio de la pequeña empresa (casi siempre familiar) dificulta aquí más que en otros sitios la competencia en torno al mérito, ya que en ellas el proceso de selección (especialmente para buenos puestos) se circunscribe al entorno familiar.

Poniéndonos serios (me había propuesto no hacerlo, primer incumplimiento del año) la cuestión de fondo es relevante, cómo se asignan las posiciones sociales. Teóricamente todo el mundo defiende la meritocracia, porque creemos o queremos creer que no tenemos lo que nos merecemos, y que por tanto nos interesaría personalmente. Lo cierto es que nuestra sociedad dista mucho de ser meritocrática y que si lo fuera pensamos que sería más eficaz (si ocuparan siempre los puestos los que más lo merecieran de entre los que lo pretenden se produciría más y mejor) y más justa ( todos y todas dependeríamos sólo de nuestro mérito para ocupar las distintas posiciones). La realidad es que lo que se denomina capital relacional (el nivel de las posiciones que ocupan las personas de tu entorno) sigue siendo determinante, así que anda todo el mundo loco haciendo networking, o sea, redes de relaciones personales/profesionales que te permitan ocupar los mejores puestos. Otra intrusión más del capitalismo en la vida de la gente.

Lo curioso es que en Inglaterra (lo contaba ayer El País) llevan décadas esforzándose en establecer cada vez más procedimientos meritocráticos de selección y el resultado no está siendo gran cosa. Parece que cuanto más meritocrático es el sistema, más aristocrático resulta, o sea, que ocupan las mejores posiciones los hijos e hijas de los que ya las ocupaban. Las dos explicaciones más razonables son que no hay quien pueda con el capital relacional y que las desigualdades en el acceso a distintos niveles educativos y de formación profesional (que están determinados por el estatus de los padres de los estudiantes) marcan decisivamente las opciones futuras. Y esto es así porque en algunos centros dan mejor formación, pero también porque en esos centros estudian los que más estatus tienen, por lo que, si haces amigos, mejoras tus posibilidades.

Conclusión: si queremos ser más eficaces y a la vez más justos deberíamos hacer un esfuerzo por tener una sociedad más igualitaria. Dicho de otro modo, el ideal meritocrático sólo es posible en sociedades poco desiguales, un motivo más para preocuparnos por ser el país más desigual de Europa y por el esfuerzo que están haciendo nuestros gobiernos por defender ese liderazgo. Tiene su mérito. Así que, o abordamos esa cuestión, o nuestros hijos e hijas se seguirán encontrando a más ineptos (más que ineptas) de la cuenta en los puestos claves de la sociedad.

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