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Ángel Ramírez

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Seguir una campaña electoral es como leer las paredes del wáter de un bar de heavy metal, pero algunas veces hay algún talentoso que dice algo. Y no me refiero a la salida de pata de banco de Cañete respecto de las mujeres (eso se comenta solo) si no a otra que ha pasado desaparecibida y que supone el encuentro de adalides y detractores del capitalismo y una interesante incursión de la derecha en el mundo del altermundismo. Resulta que  Esteban González Pons, segundo de la lista del PP a las europeas, pidió en un mitin en Alicante el pasado 11 de mayo“confianza para convertir España en una fábrica de empleados”. Cuando los críticos del capitalismo decían cosas así hace unos años se les tomaba por afrancesados diletantes, y a nadie le seducía semejante programa.

Porque comencemos por la sinécdoque o esa conversión del país en factoría. Convertir un país en una fábrica es quizás una de las pesadillas típicas de la modernidad, y un rasgo muy definitorio de los totalitarismos del siglo XX,  todas las energías, los gestos, las voluntades, encauzadas al fin de la producción. Todas y siempre, porque ya eso no ocurre en la fábrica, ocurre en cualquier lugar porque el país es ya una fábrica. Este aprovechamiento eficiente de cualquier energía dio origen  a la fábrica a partir del taylorismo y el fordismo, y ahora aparece como un programa ideológico que ocupa todo el espacio social, el ocio convertido en trabajo, nuestras emociones convertidas en trabajo, nuestros deseos convertidos en trabajo, en esa gran fábrica que de alguien será, que son muy de tener propietarios las fábricas.

Más interesante aún es el producto de tanto esfuerzo. Las fábricas de toda la vida producían cosas, y otro tipo de empresas, servicios. Esta gran fábrica que está montando el PP produce “empleados” o sea, personas, más concretamente personas cuya aspiración y consecución es ser empleadas por otras. Lo característico del empleado es (además del trabajo, también presente en autónom@s , empresari@s, emprendedor@s, voluntari@s...) es esa cosa del participio, forma no personal del verbo y de carácter pasivo. Uno es empleado por otro, el empleador, y a sus determinaciones e intereses se emplea, en esa gran fábrica también de otro. Con tanta alteridad el PP ha inventado el alternacionalismo, un nacionalismo en el que uno no se defiende a sí mismo, un nacionalismo de otros que no sabemos quiénes son, ni si comparten con nosotros país o lengua. Los más críticos han defendido que el nacionalismo siempre es de otros, pero esta vez se enuncia ya así, suponiendo que beneficiándoles terminaremos por hacerlo con nosotros mismos, como han propuesto todos los discursos de dominación que en el mundo han sido, desde el dirigido a los siervos hasta el eterno machismo protector.

La posmodernidad especular y virtual necesitaba ya un nacionalismo a la altura de tanto espejismo y alteridad, y ha sido este hombre, que más lo imagina uno con un güisqui en un paseo marítimo que en una biblioteca, el que ha sentado las bases de la próxima revolución, una revolución invertida, boca abajo, un anticristo gemelo. Ocuparemos las plazas, haremos huelgas,  nos manifestaremos, para ser empleados en esta gran SA en que nos estamos convirtiendo, defenderemos una causa anónima y altruista, en un ejemplo de generosidad que también nos salvará a nosotros, en tiempos de abundancia y omnipotencia tecnológica, de sufrir privaciones. Tanta asamblea y tanta red y Esteban González Pons ha descubierto el auténtico espíritu del 15m, que realmente pasó el 11, mientras se remangaba despaciosamente la camisa en ese atril de Alicante.

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