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Dime por donde van que yo tiro por otro lado

Ángel Ramírez

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Unos amigos míos andan a gorrazos en la red por la Semana Santa. De buen tono, los unos (católicos más culturales que religiosos) defienden lo dionisíaco, expresivo, participativo, pagano, primaveral, apolíneo, mediterráneo, etc, etc. Los otros denostan su carácter arcaico, totalitario, la reiteración, ser símbolo del integrismo, de ese contrarreformismo tan característico y trágico de nuestro país.

A mí me aburre. Soy uno de esos ciudadanos que miran los planos y las aplicaciones de móvil para evitar las procesiones, que huye de las retransmisiones, aunque  también evito discutir (no sé porqué estoy escribiendo esto, bueno, si lo sé, son las 1:41 del martes 31 y no tenía tema).

Lo que no termino de ver es toda la cosa primaveral,dionisíaca, pagana y apolínea. Sin entrar en consideraciones históricas, ni en forzadas similitudes con la lectura nieztcheana de los mitos griegos, lo que define fundamentalmente a la Semana Santa es la recreación de la pasión, un recorrido morboso por las muchas calamidades que infringieron al nazareno, o que alguien acertó a inventar con buen tino. Excepto los dos domingos de la celebración, la Semana Santa es un repertorio de calamidades y canalladas dolientes que tienen como motivo principal el sufrimiento, la penitencia, la redención por el dolor. Nada primaverales me parecen las vestimentas, los rostros cubiertos, anonimizando como a los reos o como los secuaces del Ku Klux Klan, imposible mayor inexpresividad y sordidez.

No discuto los valores estéticos o emocionales, no porque sean indiscutibles, si no porque siempre serán discutibles, pero me aleja ese gusto por la repetición, por la exactitud en el mismo gesto una y otra vez, la exaltación de la sinrazón (no otra cosa fue la contrarreforma), el crecimiento de todo este mundo que pensábamos que iba a ir quedando atrás, y el compromiso ciego con él de nuestras instituciones.

Soy consciente de que el asunto tiene multitud de perspectivas posibles, que estas cuatro notas hiladas apresuradamente no hacen justicia a un fenómeno de esa dimensión, pero me resisto a pensar que el mayor horizonte estético al que podamos aspirar sea esa imaginería en altares barrocos cubiertos de flores, que toda la filosofía de la vida se centre en el dolor, en el padre cruel y la madre doliente, que nuestra aspiración sea la de desfilar obedientes y con el rostro cubierto, que el futuro sea la renuncia a la palabra y el imperio de la emoción prefabricada y manipuladora. Te podrá gustar o no, pero no parece tener mucha relación con las definiciones que hacemos de una sociedad libre, emancipadora, democrática. Otra cosa.

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