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El Cristo de los sponsor

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Ángel Ramírez

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Aunque nuestra derecha diga que es meritocrática, lo que realmente le gusta es el compadreo. Recuerdo los estudios sobre el compadrazgo y el padrinazgo del antropólogo Pitt Rivers en Grazalema, un trabajo de referencia en el que yo fui la primera vez que me tomé en serio esas cosas, que me parecían como de película de Alberto Closas y José Luis López Vázquez. Con el tiempo aprendí aquello de que quien no tiene padrino no se casa, y la importancia de esas relaciones de confianza e intercambio de favores en nuestro país. Como ya tienen hegemonizada toda la sociedad con su cacharrería ideológica, que ya no queda uno que se le ocurra confiar en el talento propio, ahora la extienden al patrimonio.

“Apadrina un monumento”, se llama el programa que ha puesto en marcha el Ayuntamiento para que bienitencionadas empresas sufraguen la restauración de nuestro patrimonio. Ya se sabe, si quieres sobrevivir búscate un padrino, ya seas reponedor en un súper, político en ciernes, fuente de Juan Serrano en el bulevar, o Cristo crucificado rodeado de japoneses. Pasé esta tarde por allí y vi esta imagen tan moderna, el crucificado soporte de toda esa cacharrería simbólica, que pensé que aunque los progres nos empeñemos en lo contrario, lo que realmente está haciendo el PP es un ejercicio de desacralización de lo público envidiable, ha convertido al histórico Cristo de los faroles en un hombre anuncio, por lo que será ya difícil que me lo tome muy en serio cuando vea a la gente de hinojos rezar ante él. Nuestro querido Cristo se ha buscado representante y se está poniendo las botas entre el Cabildo, el Corte Inglés, el Córdoba y los de los coches. Para que se lo lleven otros… habrá pensado, me lo llevo yo que me lo he currado más que nadie

Parece ser que los padrinos lo que sufragan es el arreglo del conjunto, pero yo voy a iniciar una campaña ciudadana para que lo dejen como está en estos momentos. El original de piedra es muy antiguo, una de esas cosas que se encuentra uno en las carreteras gallegas y que no paran de ponerse negruzcas, llenas de cagadas de palomas. Estos trampantojos sin embargo tienen la irrealidad de lo posmoderno, esa cosa farsante, un simulacro que diría un filósofo francés de los que se hartan de vender libros y no se entienden ni ellos mismos. Porque, por si no se ha dado cuenta aún, eso que ve no es el Cristo de los faroles, es su imagen reproducida sobre una tela, que en cuanto le caguen tres palomas se lava y vuelta a ponerse. Además tiene la ventaja de que puedes seguir comercializando al buen hombre, que a estas alturas bajarse no se va a bajar,  le cambias los logos cada temporada y empezamos a verle la punta a eso del turismo religioso, que vendiendo arropías no sacamos a la ciudad de donde está. Y así, como los estadios de fútbol, en función del patrocinador le vamos cambiando el nombre.  No, si al final del mandato estos van a dar con la tecla

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