25 de noviembre, pim, pam, pum
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Salgo a andar por el centro y pienso que el invierno y la navidad son conservadores. En el verano todo es expresividad y diferencia, sin embargo una calle navideña es un murmullo pardo, una alfombra entre verde oscuro y marrón. ¿Por qué la ropa de invierno es tan oscura? Supongo que hay algo de instinto atávico de camuflaje, intentamos imitar a la naturaleza para preservarnos de los predadores (otro humano, muy probablemente) y la naturaleza en invierno es verde, marrón o quizás gris. A pesar de lo mucho que ha cambiado todo, y que la naturaleza más cercana que tenemos son los pequeños abetos de plástico, quizás la experiencia de la especie nos dice que mejor pasar desapercibidos, no llamar la atención. A esa oscuridad parda se unen las zambombas (su grabación) y campanilleros (su no sé qué) y ese resurgir preocupante del banco de alimentos, una especie de negrito del Domund dirigido por un señor o señora de bien, de nave industrial, palet y centro comercial. Casi todo resulta antiguo, pero no por tradicional, antiguo por extemporáneo, absurdo, y sobre todo falso.
Puestos a hacer una regresión os propongo otra más apasionante, apartaos unos metros del bullicio y entrad en la sala de exposiciones de Vimcorsa, en la calle Jesús y María. Da igual cómo seáis, si sois o no curiosos, cultos, distraídos, allí encontraréis algo vuestro, algún recuerdo familiar, una intuición, un atisbo de cosas ciertas. Las fotografías de Martín Chambi (Perú, 1891, 1973) componen un tratado del ser humano con esas ambiciones enciclopedistas que ya no tenemos, o al menos con ese resultado. Ves allí el Perú de los años 20 y 30 del siglo pasado, pero también del nuestro, y de alguna forma los rostros, la miseria y el saber vivir en medio de la adversidad de cualquier tiempo. Ve uno el clasismo terrible, la miseria, los pies descalzos, puedes hacer sociología, historia, iniciar una terapia psicoanalítica, disfrutar de la belleza, y de una técnica fotográfica prodigiosa, como nunca he visto en fotografías de esos años.
Me quedo con la foto de una boda (en la imagen) en la que los participantes miran como sabiendo que miles de personas les iban a contemplar, pidiendo a gritos con sus ojos salir de allí, justificándose por ser lo que nunca quisieron pero no han podido evitar. Observas sus rostros y reconoces a la tía Dolores, de la que tanto hablan tus abuelos, o imaginas como era la infancia de aquellos niños, o supones los sentimientos ocultos bajo los gestos contenidos. O con las fiestas de carnaval, que transcurren en auténticos desiertos hostiles y hermosos, con músicos quechuas (¿pero eso no es una marca de ropa deportiva?) con aspecto de chamanes y de comunicarnos con misterios que desconocemos. Todas estas imágenes tienen el contrapunto del fotógrafo español Juan Manuel Castro Prieto (1958), que ha replicado o reinterpretado el trabajo del creador peruano con fotografías realizadas en los últimos veintitrés años.
Está allí también la aparición de las masas (que fueron pensadas desde el elitismo –Ortega, Pareto-, desde el marxismo –Marx, Engels-, y desde el arte -Lorca con su Poeta en Nueva York y sobre todo su genial El Público-).Una emergencia que hemos aprendido de imágenes neoyorkinas mil veces repetidas y de nuestra guerra civil, no eran masas de consumidores aburridas y escépticas, era gente que tenía poco que perder y que creía que el futuro podía ser suyo, gente peligrosa. En la década de los 20 y los 30 se sucedieron las crisis y prendió la convicción de que el mundo se podía organizar de otras maneras, la gente se echó a la calle y a algunos no se les ha quitado aún el miedo del cuerpo. Una buena postal para celebrar la entrada del año nuevo.
Nota: No sé si mi hijo Iago ha entendido muy bien el espíritu navideño, no deja de canturrear el estribillo de un villancico: “veinticinco de noviembre, pim, pam, pum”.
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