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Rodar para que no te fundan. Historias de un patio de vecinos

Redacción Cordópolis

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Antonio y su hermano Pepe calentaban el plomo en una cacerola de hierro en el cuarto del fondo. Cuando el plomo se fundía, corrían hasta el pozo del patio, vertían el metal líquido sobre una placa agujereada y el plomo goteaba brocal abajo, hasta caer en un cubo de agua dispuesto a unos metros de profundidad. La distancia era la suficiente para que las gotas de plomo se enfriaran en el aire y solidificaran en forma de pequeña esfera. Subían el cubo desde el fondo del pozo, sacaban los perdigones y los depositaban sobre un cristal. Al inclinar el cristal, los perdigones perfectamente esféricos rodaban hasta la caja, y los que se quedaban arriba, quietos, imperfectos, volvían a ser fundidos.

Antonio rodó.

Con el tiempo pudo comprar la casa donde vivían de alquiler su tía Transi, su tía Concha, su tía María, la señora Leonor y su propia familia. Ellos ocupaban una habitación de la planta alta. Medía cuatro metros de largo por tres de ancho, con un armario para las ocho personas, no más grande que un frigorífico -Para la ropa que teníamos... Nos sobraba armario. Y una pequeña cocinilla, con terraza minúscula, que les servía de desahogo. El retrete comunitario, cruzando el patio.

Solo quedan plantas silvestres que lo cubren todo después de este invierno lluvioso. Queda también el eco de las voces de los chiquillos bajando por el callejón hasta la Ribera. Y le queda al que visita la casa, el pellizco de saber que, con ese modo de vida extinto, se extinguieron nuestros patios. Se extinguieron “esos” patios en su concepción integral, un todo formado por la arquitectura, el modo de habitarla y la gente que la habitaba.

Porque, esta arquitectura conservando ese modo de habitar, pero sin gente, es la ruina, el patio desnudo que podemos ver. Y gente habitando de ese modo, pero sin arquitectura, es chabolismo.

Una sensación contradictoria se instala en el pensamiento, pero se abandona en el mismo instante en el que se asume lo inevitable, además de deseable, de toda transformación. Hay que rodar hacia nuevas posiciones, porque si te quedas quieto, te funden.

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