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Pietr Pizkozub

Sebastián De la Obra

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"Otro tiempo vendrá distinto a este" (Ángel González)

El pasado 4 de diciembre, los medios de comunicación se hacían eco del fallecimiento de un joven. Todos resaltaban la edad y el peso de este joven. Algunos medios titularon la noticia con la expresión fallece un inmigrante desnutrido; horas después, los mismos medios modificaban ese titular por el de un joven polaco fallece. La corrección político-lingüística establece que no se puede denominar como inmigrante a un ciudadano procedente de un país miembro de la Unión Europea, solo a los originarios de...

El joven entró, sobre las doce de la noche del pasado miércoles, en los servicios de urgencia del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. A las dos horas de su acceso recibe el alta hospitalaria. Se le aplica el denominado protocolo de emergencia social y es trasladado al albergue municipal. El diagnóstico establece la situación como problemática social. Las palabras auguran tiempos peores.

Este hombre pasa el resto de la noche en el albergue municipal. Allí rechaza comer. La imagen que ofrece responde a otros protocolos (los hay para todos los gustos y situaciones): tiene un evidente y progresivo deterioro físico, su nivel de conciencia está claramente disminuido; un indudable trastorno de comunicación le impide articular con coherencia las palabras, es incuestionable su incapacidad de ingesta... ufffff. Todos estos síntomas, junto a la alteración de los esfínteres, entre otros, son indicadores recogidos en los protocolos que definen a las personas en fase terminal y de agonía. A los pacientes desahuciados. El cuerpo de este joven iba dejando de ser su enemigo.

Quiero (necesito) creer que el azar es la razón última por la que recibió el alta hospitalaria en esas condiciones. Intentando imaginarme cómo se bajan los peldaños del abismo (si no nos deslizamos antes) soy incapaz de realizar un juicio que no nazca del desgarro o del odio o del insulto. Intento que el cauce de mi reflexión no se desborde. Hurgo en los bolsillos de mi memoria y encuentro al personal sanitario atento; a profesionales que miden los tiempos de la atención como se mide el deseo, con verdadera pasión y necesidad. Esta memoria (reciente) me serena. Durante mucho tiempo hemos sabido diferenciar la compasión del ungüento, la justicia de la limosna... Sin embargo mi malicia me lleva a sospechar que lo mismo, sin saberlo a ciencia cierta, hay alguna directiva, alguna nota, alguna recomendación que establezca que el tiempo de la compasión y la justicia se acabó. Que vuelve el tiempo del desdén, del desprecio necesario. Le temps du méprise.

La consejera de salud nos tranquiliza asegurando que los servicios sanitarios actuaron correctamente. Asegura, también, que colaborarán estrechamente con la justicia para aclarar cualquier anomalía. Más allá de la apariencia, intento traducir en vano sus palabras. Es estéril el esfuerzo. No estoy tranquilo. Ni siquiera mi mejor y benevolente memoria me basta, ni en defensa propia (mucho menos en defensa ajena). O dicho de otro modo, no doy por terminada la duda. Ay!

Quizá podría haber sido de otra manera.

Nota: Pietr Pizkozub es su nombre, como un verso de difícil pronunciación. Tenía veintitrés años, pesaba treinta kilos. Falleció en silencio y leve. Buscó la sombra recostado en un áspero sofá del albergue frente al televisor, a la hora de la comida. Sus compañeros del albergue pasaban en fila a su lado, dirigiéndose hacia el comedor, sin ganas algunas de comer... Como él.

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