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Ser como una nube (que no necesita ser vista para pasar)

Sebastián De la Obra

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El zaherimiento se instala como juego popular y nacional, burdo entre la casta política, brutal entre el mundo intelectual (y aspirantes). Unos progres que hace un tiempo expulsaban del parnaso del pensamiento (el propio, ¡claro está!) a un reputado escritor y que ahora, después de un discurso lúcido y crítico con el gobierno de turno, lo perdonan y lo elevan a los altares (vieja técnica inquisitorial: si no acabo contigo, te hago santo o santa... Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Juan de Ávila).

Conservadores que se apropian y monopolizan el dolor y sufrimiento de unas víctimas, cuando no hace mucho sus más fieros representantes estuvieron dispuestos a negociar hasta los puntos y comas con... los verdugos. La sospecha que siempre se adelanta a una incipiente (y nunca declarada) admiración sobre quienes ejercen a tientas la mínima independencia de criterio. La independencia no es natural, vienen a decir; necesariamente debe ocultar algún interés inconfesable. La independencia es Nada (al menos a la nada la quieren reducir). La devoción histórica de muchas gentes sobre la magia que se deriva de la palabra Futuro, trastocada en incertidumbre cuando no en pesadilla. Los celos (no sólo amorosos) que explotan con rencor y más rencor y más..., para castigar, sólo para castigar el beso robado o el que no se ha llegado a dar. El viejo hábito de castigar como una forma muy fácil de soñar y ejercer el poder de juez... sin necesidad de un procedimiento o sentencia judicial.

El descrédito, primero en forma de rumor y poco después (no demasiado) publicitado en las páginas del margen derecho de los periódicos. Al fin y al cabo todos los inocentes no lo han sido siempre y en cada momento de su vida. Siempre hay una página doblada o un enigma que desvelar; es decir un descrédito que aplicar. El uso fraudulento de la emoción que se desvanece en cuanto se transforma en chantaje (emocional). Todo con tal de no arriesgarse a explorar. Todo esto con tal de no sufrir el vértigo de la interrogación. Es desolador el paisaje observado, sea en detalle o en perspectiva. Llevo meses realizando en estas páginas un ejercicio de comunicación. Unas veces de forma oblicua, otras de frente. Unas veces me atrevo a comunicar cierta intimidad (porque así lo quiero), otras bordeo la agitación y la denuncia. He intentado hacer uso de la palabra para no quedarme a la intemperie. He intentado contar historias para ocupar un tiempo entre silencios (el silencio del origen y el silencio del destino). No puedo, sin embargo, minimizar el desolador paisaje, el temeroso paisanaje. Una realidad que es magníficamente definida por Luhmann como “contingencia del miedo”.

Lo contingente (siempre una posibilidad) se está convirtiendo en lo inminente. Es cierto que la pasión de vivir entre dos silencios nunca se relaja. Nunca se derrota. Se puede estrellar o se asesina.

Nota 1: Las tres palabras más extrañas. “Cuando pronuncio la palabra futuro la primera sílaba pertenece ya al pasado. Cuando pronuncio la palabra silencio, lo destruyo. Cuando pronuncio la palabra nada, creo algo que no cabe en ninguna no existencia” (Wislawa Szymborska)

Nota 2: Lamento que mi asidua lectora a la que le molesta muchísimo que la Inquisición siempre esté presente en mis textos, se la vuelva a encontrar. Me resulta imprescindible para poder explicar por qué somos como somos. Lo lamento.

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