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Lo que esconde un plano fijo

Sebastián De la Obra

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Una de estas noches un hombre se desplomaba con un vaso de vino en la mano. No era una víctima más de las que nos trae la afición nocturna. Sudoroso, estaba experimentando un estado muy alterado de la conciencia cuyo origen y posterior explosión se había desencadenado al quedarse en paro. La verdad es que esta situación se podría haber desencadenado, igualmente, por multitud de motivos: un abandono, el desamor, una enfermedad... A pesar de la refinada (y vasta) literatura al uso, los estados alterados de la conciencia no implican ni nos llevan (en volandas) a tener una experiencia mística o, al menos, espiritual. No hay mística en esto, hay dolor. Las situaciones límite no siempre nos elevan; al contrario, suele suceder que nos ahogan hasta el fondo y... Esa noche, este hombre, dejó de controlar su imagen. Todo él quedó expuesto a la mirada de otro. En este caso de la mía. Cuando alguien

expone, sin pretenderlo, su dolor, queda radicalmente indefenso (de eso saben mucho y viven, médicos, curas, psicólogos y psiquiatras). Eso es la resignación. Este hombre se lamentaba (yo también). Él, que fue arquero y valiente en otro tiempo, sentía una profunda vergüenza de que otro fuese testigo de su desplome. La debilidad es vista y vivida como una tragedia (como una desgracia). No hay experiencia más insondable y honda que la de ser testigo, que la de acompañar a quien siente (y padece) dolor. Por eso cansa y agota tanto. Los que fueron arqueros (y valientes) en otros tiempos, andan ahora por las esquinas huidizos, acongojados, acojonados, asustados y, lo que es peor, avergonzados.

Conformamos los dos un plano fijo sentados en un bordillo de hormigón. Los planos fijos son contenedores del tiempo. Lo condensan. Cuando la gente pasa a nuestro lado lo que ve es un plano fijo. No existe voluntad para ver e intervenir, ¿cómo se va a intervenir frente a un plano fijo? Son fantasmas con cataratas de polvo en sus ojos. Son fantasmas con la memoria vencida. Son pájaros ciegos, se mueven pero no ven. A lo sumo aguantan los planos fijos de la televisión... Los dos nos convertimos en vigías que observan sin ser vistos. La gente no quiere ni ve a los vigías. Las gentes quieren timoneles. Pero son los vigías los que alertan y avisan del peligro. Los vigías son como los modernos astrónomos que utilizan telescopios de espejos cóncavos para rastrear el universo, para mostrar realidades que pasan desapercibidas en la vida ordinaria (¡no hay otra!). Hay gentes, transformadas en masas de badulaques, que lo que quieren es timoneles. Les aburren los vigías. Hay gentes que construyen toda su vida bajo la aspiración de ser timoneles y dejan de ver... Dedican su inteligencia y ambición (no siempre en ese orden) a alimentar su propia marca (en una dirección o en la contraria si es preciso). Los modernos denominan a este innegable esfuerzo brand yourself: la marca de uno mismo.

Esa noche quise ser y actuar como un vigía pero... también me desplomé. Ay!

Nota: ayer tuvo lugar la apertura del año judicial 2013/2014. El Rey, el Presidente del Tribunal Supremo, el Fiscal General, ministros, alcaldesa, diputados, empresarios y representantes de todos los poderes asistieron. Parecían una chanfaina, un guiso con poca sustancia. Una reunión de badulaques. Esos sí que conformaban un plano fijo.

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