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De erosiones leves y elegías a medias

Sebastián De la Obra

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Hace unos días, mi hijo y yo, preparábamos un comentario sobe la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández. Le comentaba que una elegía es un texto de lamento que normalmente contiene tres claves fundamentales: el lamento por la muerte de un ser querido; el elogio de esa misma figura y un ejercicio final de consuelo. Mi hijo se detuvo en el verso quiero escarbar la tierra con los dientes, le conmociono. Gesticulaba cómo sería escarbar la tierra con los dientes. Yo también me lo pregunto.

Este fin de semana se ha celebrado un espectáculo que podría reunir las características de una elegía, con alguna que otra matización. No hay muerto, pero si moribundos; hay múltiples elogios a quienes están a punto de morir y, finalmente, se produce una catarsis, a modo de consuelo esperanzador, con la proclamación de una figura estelar. Podríamos estar hablando de una elegía a medias. Algo parecido ocurre en la Tragicomedia de Calisto y Melibea (edición sevillana de 1502), conocida popularmente como La Celestina. En esta obra, escrita por el bachiller Fernando de Rojas, existe una elegía muy peculiar, un lamento al final de la obra. El lamento de Pleberio, el padre de Melibea, es una elegía a medias. Al margen de las discusiones entre Bataillon y Gilman sobre si el lamento de Pleberio es estrictamente personal o tiene carácter universal, lo cierto es que en este lamento no hay ni elogios ni consuelo. Solo existe el muerto (Melibea) Es una elegía a medias. El lamento de Pleberio se desborda de la misma forma que el artificial entusiasmo de la reunión, celebrada en Granada, también se desbordó. En ambas situaciones podríamos estar hablando de una tragicomedia. Todos los personajes se mueven por su propia ambición. La envidia y la sospechan lo pueblan todo. En ambas situaciones se atiende solo a lo inmediato. En las tragicomedias las venganzas se aparcan por un tiempo prudencial..., hasta que se ejecutan. En las tragicomedias siempre queda la duda de si realmente todo debería haber sucedido así o podría haberse encontrado otra fórmula. En las tragicomedias el tiempo lo devora todo. Todo se olvida para dar inicio a otra historia. Pleberio reconoce que la vida es inútil ante la autoridad indiscutible del tiempo. La vida, ese gran vacío, se transforma en una erosión leve del tiempo.

En un alarde de estupidez un ministro, muy conservador, declaró ayer tarde, que las cuchillas denominadas concertinas, instaladas en la frontera de Melilla, solo producían erosiones leves. Como la vida. Y se quedo tan pancho. Hace un tiempo también declaró que los matrimonios entre personas del mismo sexo no garantizaban la pervivencia de la especie. Este personaje de comedia costumbrista no ha debido de leer La Celestina. Políticamente impresentable, jurídicamente insostenible, humanamente deleznable. El horizonte me huele a desolación. Quiero escarbar la tierra con los dientes...

Nota: al señor Ministro le diría Pleberio: no sé si hieres con hierro, ni si quemas con fuego... A los reunidos en Granada, se les podría aplicar el incipit de la tragicomedia: en reprensión de los locos enamorados y en aviso de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes.

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