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Corifeos y coreutas

Sebastián De la Obra

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Porque las personas tenemos deseos y temores, porque las personas, a veces, atribuimos valor (y valores) a las acciones y comportamientos

de alguna gente... somos importantes. Esta es la razón por la que la mentira pública se ha ido puliendo y perfeccionando a lo largo del tiempo. El erudito y criminal nazi

Goebbels despreciaba profundamente a la clase obrera alemana (sustento electoral de las izquierdas) pero organizó una espectacular celebración del 1º de

mayo de 1933. Allí alabó el espíritu revolucionario y transformador de los obreros... Al día siguiente

cerró todas las sedes de los sindicatos y los prohibió.

Se detuvieron a los dirigentes y se confiscaron todos sus bienes. Poca gente protestó. Este desplazamiento de los afectos y de los valores aparece cada vez que se pone en marcha una imponente maquinaria de propaganda, marketing o publicidad.

Los mercados y la clase política saben mucho de esto.

Estos últimos días hemos visto y oído a unos personajes que sobreactúan declarándose fervientes seguidores y admiradores de una figura que acaba de fallecer. Sin pudor alguno huyen de la más mínima exigencia de verdad y se van colocando en una foto inexistente. Han perforado las hojas de los calendarios y se han colado en ellos (¿no quedan archiveros que descubran la verdad?). Verdaderos corifeos (quienes dirigen el coro en las tragedias griegas) han poblado de lugares retóricos sus discursos. Algunos han alabado hasta el esperpento cualidades

ajenas convirtiéndolas en propias; una curiosa forma de engrandecer la propia reputación inexistente (o mala). Otros, más discretos (y temerosos de que se descubra la mentira) se han limitado a un diplomático reconocimiento. Los coreutas componentes del coro, nosotros, nos hemos abstenido de pedir explicaciones, así ellos se abstienen de darlas. Reventar la verdad trae serias consecuencias: nos transforma a todos, de personas con deseos y temores a figuras indiferentes. Al final se nos extirpa toda pasión y voluntad de reconocer la verdad. Todos nos convertimos en Mersaut, el apático oficinista que describe Camus.

Los corifeos, de un lado y otro, realizan una unánime alabanza a la figura desaparecida y a los valores que representa. De este modo, sabedores de que están situados en el campo de los buenos, legitiman con su elogio sus propias acciones presentes y futuras. Los miembros del coro, nosotros, solo somos capaces de retener uno o dos actos..., de ahí la importancia que adquiere la publicidad (y la propaganda) para ocultar la mentira.

Ángela Merkel, Nicolás Maduro, Benjamin Netanyahu, Mariano Rajoy, Vladimir Putin, Barak Obama, el emir de Qatar, la reina Isabel, Mohamed VI, Xi Jinping y una larga lista de corifeos llevan varios días compitiendo en vano por la memoria del fallecido. Todos alimentando una petulante tiranía de palabras huecas. Todos, de golpe, transformados en abogados efímeros de algunas de las buenas causas que el fallecido abanderó. Reventando la verdad.

Descansa en paz, mi admirado Nelson Mandela.

Nota: nuestro presidente de gobierno, que viaja para participar en el funeral de Estado, podría decretar varios días sin cuchillas/concertinas en las vallas de la frontera. Al fin y al cabo las víctimas mayoritarias que sufren los cortes en su piel son del mismo color que el elogiado fallecido. De ese modo la mentira sería más digerible (aunque continuase siendo mentira).

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