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Calvicie moral (en Hadleyburg)

Sebastián De la Obra

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Un desahuciado náufrago salva el repecho que le separa de la plaza central de Hadleyburg. Hasta ese momento, una admirable ciudad. En la ciudad de Hadleyburg siempre se ha presumido de honestidad y de austeridad (en la mejor tradición de los clásicos). Cada grupo, cada tribu presumía de representar la cima de las creencias rectilíneas. Inamovibles las convicciones. Conservadores. Progresistas. Alternativos. Indiferentes (los que dicen estar de vuelta de todo). Cada grupo observaba los suicidios ajenos y asistían a los respectivos entierros. La mera presencia de náufragos desahuciados les rompe esa perfecta armonía de odios antiguos. Provoca en la ciudad un raro consenso de antagónicos. Y la razón y los afectos plegaron sus alas. Los que toleraban su presencia como una virtud más, de la honesta y austera ciudad, decidieron mantener en suspenso la razón y los afectos. Sus simpáticas presencias se transformaban en roces viscosos. La aparente estima que se les tenía, por ser náufragos, se trocaba en profundo desprecio en cuanto no se mordía el palo ofrecido. Sus relatos de travesías antiguas comenzaron a alimentar el jugo negro de la envidia. La aparente admiración que en tiempo festivo les profesaban era tan frágil como las alas de una mariposa y tan efímera como la flor de azafrán. Con parsimonia las diversas familias zarandeaban su memoria (lo único que los náufragos poseen). Una alianza extraña (y perenne) se estableció para apartar a quienes mostraban una extraña (y sospechosa) habilidad para sobrevivir fuera del clan. La falta de verdadero coraje hizo que se camuflaran los nombres de los asesinos (y los escrúpulos). Y las embestidas se fueron sucediendo, una tras otra. Los náufragos desmienten con su presencia la pretendida clarividencia de los clanes. Lo que no puede ser clasificado provoca zozobra e incertidumbre. En cuanto la ciudad fue tentada cayó y calló. La honestidad se volatilizó. La austeridad desapareció. La ambición, la envidia y el resentimiento bullían hasta el delirio. Unos callaron frente a la corrupción. Otros cayeron. Todos sucumbieron al odio antiguo. Obstinadas cicatrices que aparecen y reaparecen cuando se incuban las mediocracias. Todos buscan y justifican toda suerte de motivos para merecer tener razón. Menos mal que nuestras ciudades están cada vez más pobladas de náufragos inclasificables (con o sin papeles). Ellos nos desnudan el asombroso tránsito de la vida, al tiempo que nos salvan. La ciudad de Hadleyburg cambió de nombre. Ahora sus habitantes llevan peluca para ocultar su calvicie moral .

Nota: Mientras tanto en Italia un personaje apellidado Rezi alcanza la presidencia de gobierno escamoteando el voto popular (es decir sin haber sido votado para el desempeño de esa función). Matteo Rezi es un audaz traidor que ha sacrificado al anterior presidente de gobierno (de su mismo partido) para cerrar todas las rendijas que le impedían dar rienda a su reconocida y auto publicitada ambición. “Tengo una ambición desmedida” vino a reconocer, como un ejercicio de valiente transparencia, en su carrera de fondo. Este arrufianado personaje, de apariencia moderna y joven, tan similar en su ademán a Tony Blair (que compatibiliza en la actualidad su asesoramiento para empresas energéticas con una supuesta mediación en Oriente Próximo), ha jugado una partida de cartas trucadas en la más fiel tradición de la corrupción política italiana. Con un discurso lleno de gestos y adjetivos, ha logrado aparecer como nuevo. Es la moda. A la mínima posibilidad de engañar y mentir para obtener lo que ambicionaba, ha quedado en evidencia. Después será refrendado. Seguro. Parecen líderes pero solo son zarzaganes. Padecen de calvicie moral.

Nota: “Sucedió hace muchos años. Hadleyburg era la ciudad más honrada y austera (...)”

(El hombre que corrompió Hadleyburg. Mark Twain).

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