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Guns Akimbo

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Cristian López

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No cabe duda de que a Jason Lei Howden le va la marcha, en el sentido más literal del término. Sin medias tintas, el director neozelandés está demostrando a través de su breve -pero intensa- filmografía que lo suyo es la acción, sea mediante el método que sea. Y es que, si ya en Deathgasm (2015), su ópera prima, puso en escena una narración vertiginosa y predispuesta para agradar a los amantes del metal y del horror, con Guns Akimbo (2019) ha dado un paso más allá, adentrándose en el ambiente para adictivo de los videojuegos, que no es otro que el de la violencia, y además, utilizando para ello a un reparto cargado de caras conocidas. En efecto, pues son Daniel Radcliffe y Samara Weaving los encargados de llevar la voz cantante, sin olvidarnos de Ned Dennehy, fantástico una vez más.

La película se va cociendo a fuego lento, aunque no tarda mucho en explotar en una dosis extrema de adrenalina para los ojos del espectador. De hecho, el principio apenas sirve de contexto de lo que está por venir. Bien es cierto que la premisa ha sido utilizada ya en varias ocasiones, aunque el giro de tuerca que otorga Lei Howden implica un sentido mucho más perverso a prácticamente todo lo visto hasta ahora en relación a dicha temática. Además, el disfrute es resultado de acompañar al protagonista en sus constantes desventuras, siendo éste un pringado adicto a los videojuegos con el que muchos nos podemos sentir identificados, el cual deberá superar una serie de adversidades para las que no estaba en absoluto preparado.

La historia se centra en Miles, quien se siente atascado en la vida: su trabajo es monótono y sigue enamorado de su exnovia Nova. Un día, a causa de una serie de catastróficas desdichas (mucho cuidado con la deep web), se ve atrapado dentro de un videojuego online llamado “Skizm” y dominado por una mafia cyberpunk. Desde entonces se convertirá en víctima (y protagonista) de una peligrosa competición que reúne a extraños de distintos puntos de la ciudad con el propósito de comprobar cuál de ellos logra una mayor cantidad de espectadores.

El recorrido siguiente al punto de partida es de puro desenfreno. La película entra a partir de entonces en una suerte de terremoto constante de emociones, para las que la fabulosa Samara Weaving, más irreconocible que nunca, actuará como faro indispensable. Todo ello cobrará una atmósfera de absoluto videoclip de los 80, mezclándose con tintes de videojuego. En definitiva, el director no tiene más intención que narrar una historia salvaje, cargada de desmadre y diversión, en la que la exhibición explícita de la violencia, y su constante banalización, no es más que el vehículo -y no tanto la causa- para hilvanar un sentido que profundiza hacia cotas enfermizas.

Y es de ese cine ochentero, edulcorado con multitud de referencia actuales, de donde bebe Jason Lei Howden, ya que, al final, lo que estamos viendo en pantalla es básicamente una versión oscura del Ready Player One (2018) de Steven Spielberg. Sin embargo, mientras que el estadounidense exponía con total cariño su visión de la época desde un prisma más familiar, el neozelandés refleja aquello que nadie quiere recordar.

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