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Tal día como hoy

María Isabel Martínez

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Un dieciséis de Marzo de 1995 nacía mi primera hija, por lo que podéis imaginar que hoy la entrada de la semana es para ella.

De mi parto recuerdo que fue una experiencia muy dura e intensa, pero también me recuerdo a mí misma tranquila y consciente de la importancia de favorecer y escuchar al propio cuerpo, porque además podéis imaginar que aún no existían las epidurales, al menos, no en nuestro hospital. A pesar de la dureza del parto, qué curioso es el cerebro humano, que en el momento en que por fin ves la carita de tu hijo, hace desaparecer el dolor como por arte de magia.

Y ahí estaba yo, con mi hija, mi carnet de madre recién sacado y con una “L” de “en prácticas” colgada de mi espalda, que a veces pesaba más que mi propia existencia. Por aquel entonces tampoco existía Internet ni la blogosfera, ni ningún sitio a donde recurrir o consultar, con lo cual la toma de decisiones en lo relativo a tu maternidad y crianza, se basaba en tu propio instinto y en el legado generacional recibido por parte de tu madre sobretodo, y por el influjo sociocultural del momento.

Pese a todo ello, la crianza de esta mi primera hija -y del segundo, que llegaría dos años y medio después- la he disfrutado sin agobios y tranquila. No me planteaba si la moda iba por aquí o por allí, porque no había modas que seguir y en parte esto, visto ahora en perspectiva, era un alivio. Creo que lo teníamos más fácil antes, fundamentalmente porque no se cuestionaban nuestras decisiones o crianzas, ni te juzgaban como madre. No había la guerra de madres que hay ahora, todas nos respetábamos y lo hacíamos lo mejor que podíamos. Todo era válido y entendido desde el respeto a la persona.

He cogido a mi hija todo lo que me ha apetecido, hemos colechado en momentos sí y en otros no, di el pecho lo que pude (bien poco, por cierto, falló aquí la ayuda que hubiese necesitado),  también di el biberón (y nadie me miró con malos ojos por ello) y ambas madre e hija, nos hemos dejado llevar por las necesidades mutuas, sin complicaciones. Eso creo que es lo que se llama ahora, crianza respetuosa.

¿Si volviera atrás cambiaría algo? Pues claro, imagino que como todo el mundo. La perfección no existe y las madres somos imperfectas por propia naturaleza, ya que siempre habrá cosas que modificaríamos a la vista del paso del tiempo. De hecho, siempre he dicho que si yo ahora tuviese otro hijo, haría las cosas de manera diferente. Pero es que ya tengo 20 años de carnet y soy 20 años más madura, es lógico.

Aún así, mi hija ha crecido con el respeto que se merecía y hoy es una persona con valores y principios correctos, y ese es nuestro gran logro como padres.

A lo largo de estos veinte años, hemos pasado por etapas de mayor o menor entendimiento, porque los hijos también tienen sus propios criterios y no siempre coinciden con los tuyos. Recuerdo especialmente dura la etapa de la adolescencia, esa en la que ellos quieren volar sin estar aún listas sus alas, y tratar de frenarlos en plena efervescencia hormonal, sin imposiciones y por la vía del diálogo, no siempre funciona, ya que los argumentos y posturas en esta etapa no van a aproximarse en lo más mínimo. Tú siempre serás la mala, por mucho que intentes hacerle ver que es por su bien y que hay tiempo de todo en la vida.

Les cuesta entender que lo único que nos mueve a los padres es el interés por velar por su integridad, física y moral. Tratar de hacer de ellos personas a la altura del momento, preparadas, autónomas y seguras de sí mismas, capaces de enfrentarse a la vida con recursos propios, es lo que más ansiamos los padres. Y supongo que algún día lo entenderán, tal y como me pasó a mí cuando tuve a mi hija. Este momento fue crucial para mí pues nacía una madre y ello me acercaba aún más si cabe a la mía. Comprendía cuánto se sufre por los hijos y cuántas decisiones hay que tomar a la tremenda por el bien de ellos, a pesar de que eso te pueda distanciar de tus hijos. ¡Qué verdad tan grande, esa que te hace ver que el paso del tiempo te une a tu madre y te hace valorarla más y mejor! Creo que ese es el éxito de la crianza. Reconocer que las decisiones tomadas, con independencia de ser compartidas o no, eran para hacer de ti una buena persona y alguien de provecho.

Hoy tengo muchas cosas que agradecer a mis padres. Ser lo que soy- y me considero buena persona, al menos me esfuerzo por serlo- y haber recibido el mejor legado que unos hijos pueden recibir de sus padres: principios correctos y recursos para volar solos.

En ello estoy yo con mi hija. Tratando de hacerle comprender que la responsabilidad es un bien preciado, que hay tiempo de todo, pero que no debemos desaprovechar las oportunidades que la vida nos da.

Prepararlos para el futuro, habiendo tenido la suerte que tienen ellos, que es disponer de los medios suficientes para labrarse un porvenir de calidad porque, gracias al esfuerzo de sus padres (y de sus abuelos, previamente) pueden tener la mejor de las formaciones posibles, es difícil, no obstante. Es muy difícil saber si estás haciendo lo correcto.

Hoy mi hija es una bella persona y estoy muy orgullosa de ella y de sus valores. Valores que están ahí y que van a marcar su vida y lo que será en un futuro. Ella comprenderá (probablemente con el paso del tiempo, como me ocurrió a mí) que siempre es  su bienestar lo que nos mueve a los padres. Que las discusiones y las cabezonerías de los padres tienen su razón de ser y que nunca desearemos nada malo a nuestros hijos, todo lo contrario. Y supongo que comprenderá (probablemente a través de la propia experiencia, cuando sea madre) que tampoco nadie nos enseña a ser padres, y lo hacemos por el método ensayo-error.

¿Que hay que dejarlos que caigan de tanto en cuando para que aprendan a levantarse por sí mismos? Por supuesto, también. Pero ahí debes estar, en la sombra, para dirigir ese esfuerzo hacia el camino correcto. Al menos yo no soy capaz de mirar hacia otro lado mientras tanto.

Ser hija es difícil, pero ser madre no lo es menos.

Te quiero mucho, hija mía. Y quiero que el día de mañana puedas estar orgullosa de lo que has conseguido por ti misma, labrado con tu esfuerzo y tu tesón. La vida no regala nada. Eres tú quien tiene que mover piedras y forjar caminos para conseguir aquello que persigas: tus metas, tus sueños.

Y quiero que entiendas que tus padres siempre estarán ahí para ayudarte cuando los necesites y quieras ayuda verdadera.

Te quiero. Feliz cumpleaños, mi amor.

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