Gran Vía, Madrid
La Gran Vía es cine hecho urbanismo. Poco hace que ha cumplido cien años. Calle escenario, nacida para convertir un poblado manchego en capital a costa del arrasamiento de decenas de manzanas de casas y conventos. Creo que fue Sáinz de Oiza, el arquitecto, quien dijo que bienvenido fuera el derribo de una catedral gótica si en su lugar se construye algo mejor. Es una burrada, lo sé, pero en el caso de Gran Vía, la mega demolición de inicios del XX que conllevó su construcción es un ejemplo de que jamás una ciudad debe parapetarse en fosilizar sus antiguallas a toda costa. El experimento urbanístico Gran Vía fue y es un éxito.
El proyecto, que acumulaba décadas de legajos, planos y pleitos arrancó en 1910 y no terminaría hasta entrada la República. Acumula así una condensada variedad arquitectónica. En todo caso, la calle guarda una intensa unidad. Digo intensa porque no deja indiferente.
El primer tramo, partiendo de Alcalá, es el más parisino, por la mitad llegamos a los 20 y 30, con el primer rascacielos de Europa, la Telefónica y conforme pasamos Callao hacia Plaza de España dilucidamos el fin de los años utópicos, la llegada de la posguerra y el franquismo autárquico cincuentero de las torres España y Madrid. Vamos, es como pasearse por nuestra historia del XX sin bajarnos de la misma acera.
Conocer Gran Vía conlleva manejarse con dos registros. Su urbanismo y la gente que la pisa. La personalidad de esta calle es una mezcla de arquitectura lograda con ambiente, ruido… esa pachanga hispana que la invade todo el día, convirtiéndola en lo que es: el pasillo comunitario de iberolandia.
Curioso, por cierto, que no se llamara Gran Vía oficialmente hasta 1981 con el alcalde Tierno Galván. Como catalizadora de las Españas, la calle pasó de una nomenclatura a otra conforme caían regímenes. Hasta la llamaron avenida de los obuses por ser teatro de operaciones en el asedio fascista a Madrid.
Conociendo estas pautas lo mejor es trotarla desde Alcalá hasta Plaza de España, con calma y los ojos en alerta sensitiva permanente. Me quedo con varios puntos:
Edificio Metrópolis. La joya parisina. Fue sede de La Unión y el Fénix. Reúne por sí sola el fin de la creación de la Gran Vía: hacer mayor a la ciudad.
Chicote. El espíritu de Gran Vía hecho bar. Atesora miles de noches alcohólicas, coctelazos, ava gadners borrachas y lo más parecido a la dolce vita que pudo tener esta ciudad.
Telefónica. El sueño de la dictadura primoriverista, la dictablanda de los 20. El primer rascacielos made in New York de Europa. Asombra por su estética pese a su volumen. Sede ahora de la fundación de la multinacional y un buen lugar para exposiciones y actividades sobre las que merece la pena estar al día.
Los teatros. Fue la ubicación de la nueva avenida, que pasara por debajo una de las primeras líneas de Metro de la capital y la abundancia de grandes locales a ras de calzada lo que conformó a Gran Vía como el espacio teatral y cinematográfico de Madrid. Se han perdido muchos ante el avance de las grandes cadenas textiles, pero aún quedan rescoldos de lo que antes era un incipiente Broadway. Lugar de estrenos, alfombras rojas y cartelones en technicolor que la fiebre de los musicales ha hecho medio renacer o al menos ha impedido que muera del todo. Capitol, Callao, Lope de Vega…
Callao. La plaza perfecta. Pasó por una acertada peatonalización. Metida en la zona más trendy 30 de la calle. Tres hitos: la actual FNAC, ex Galerías Preciados. Puro racionalismo hecho ladrillo. El cine Callao, nacido del gusto de los años 20 de mezclar art decó con un toque regionalista digamos que ibérico y cómo no…el edificio Carrión, con su fachada anuncio de neones. Ahora alberga un hotel. En su momento fue el primer edificio de España con aire acondicionado. Por los tubos luminosos del anuncio, Santiago Segura hizo Historia de nuestro cine. Es el fondo perfecto para la foto recuerdo. Por cierto, la rehabilitación del edificio de 2007 es de un paisano, Rafael de la Hoz.
Para comer: como soy un nostálgico incluso de lo que no pude vivir no me resisto a citar a la cafetería Manila, en el edificio Carrión. Fue un símbolo de esta calle de calles. Acordaos de esa cena post teatro de Carmen Maura, su niña adoptada y Eusebio Poncela en La Ley del Deseo. Ellos, la cena y de fondo el Madrid ochentero de un mes de agosto….y volviendo a la actualidad y como se trata de no salir de la Gran Vía, cito el Mercado de la Reina, una taberna/bar/restaurante atestada (es normal en esta calle) que sirve de parada perfecta para un paseo mañanero que acabe con hambre.
Comercios para entrar: me quedo con la Casa del Libro, santuario más castizo que la Fnac y por un husmear por clásicos como la administración de loterías de Doña Manolita, los escaparates de joyería Grassi y el primer local de Loewe, el único intento de crear una marca de lujo hispano, ya en manos francesas.
Dos terrazas para ver Gran Vía fuera de Gran Vía: soy fan de la cadena Room Mate. Son hoteles modernos, asequibles y siempre bien situados. En Plaza Vázquez de Mella, una trasera de la avenida, está Room Mate Oscar. Para dormir genial y sublime para tomar algo en la azotea, disfrutando a tope de Gran Vía desde arriba y del Madrid más cielovelazqueño. Ah, en verano su piscina se pone a tope.
La segunda opción. El Círculo de Bellas Artes, en la confluencia con Alcalá. Exposiciones geniales, una cafetería fantástica y una azotea bestial con una de las más bonitas vistas de Madrid y…de Gran Vía.
Pues eso, de Madrid al cielo.
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