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Gata: de Mónsul a Genoveses

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Fidel Del Campo

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“Añorar el futuro que no existe es aceptar la vida despojada de sus días mejores, y vivir es igual que haber vivido ya, sin que ese haber vivido suponga, por desgracia, estar ya muerto”. Ángel González

Mercedes Samprieto lee estos versos de Ángel González mientras pasea por una de las infinitas ramblas cercanas al cabo de Gata. Lo hace en El Pájaro de la Felicidad, de Pilar Miró. Buscar la soledad, el vacío, como hace Samprieto, no tiene un mejor rincón que éste, desprovisto de todo. Tierra de lava, de roca salvaje. Seca y simple, hasta dar miedo. No es lugar fácil este levante casi argelino.

Es zona protegida y en internet se puede encontrar información sobre cómo pisarla. Al margen de otras rutas, quiero recomendar un paseo, favorito por muchas razones, todas personales, pero impresionante para buena parte de los que lo han pisado. Basta dejar el coche, fuera de temporada, junto a la playa de Mónsul. De todas formas, recomiendo llegar a pie desde San José, aprovechando la pista de tierra que conecta el paraje y que tras rozar la bahía de Los Genoveses nos lleva hasta allí.

Hay que tomar el sendero hacia la playa y, justo antes de llegar, agarrar la bifurcación a mano izquierda. Se trata de volver a Los Genoveses, pero por el borde del mar. Enseguida se sube por una gran duna cuajada de pitas y cáctus: una suave ascensión, seguida de bajada que nos deja en el paraíso. Ante el paseante se abre una galería de lo que parecen calas aisladas. Falso. Si paseas por el agua, con una profundidad que apenas llega a las rodillas con marea alta, se puede saltar de cala en cala, de escenario en escenario. La opción B, con mal tiempo es hacerlo por arriba, disfrutando del mar desde lo alto. La sucesión de playas es continua, hasta llegar a la bahía de los Genoveses. Parece ser que en esta ensenada azul desembarcaron tropas genovesas para hacerse con el botín moro de Almería por el siglo XII. No es mal sitio para comenzar una conquista. A lo largo de la fila de calas, se sucede arena oscura o blanca, acantilados de lava negra y roja, formas imposibles modeladas por el agua y el viento y cuevas que se asoman al mar. El muro de lava de El Barronal, cala chica, cala grande…Sal, olas, viento y una vibración que solo puede proceder de lo más profundo de la tierra.

Conforme te alejas de Mónsul la soledad, la amante de Samprieto, se acentúa hasta invadirte del todo. He estado allí en días de agosto imposibles sin ver a nadie. No veo mejor sitio que éste para una escapada otoño invernal. El sol es una garantía, los precios aceptables y las posibilidades de alojamiento casi infinitas dada la estacionalidad que, para bien en este caso, sufre la costa mediterránea española. Sobre sitios para quedarse, Almería capital es una gran desconocida y merece visita, pero San José sería la guinda del pastel. Un pueblo sin nada más (y nada menos) que una bahía acotada entre cerros, un puerto pesquero y un mínimo paseo donde perder la vista. Hay bares y restaurantes, con pescado de protagonista. Y todo sin la destrucción tardofranquista y/o dosmilera tan afín a otros lugares costeros.

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