“Frente a las aburridas exhibiciones de músculo guerrero, ella prefería sentir y evocar el deseo”. Dice Irene Vallejo en su libro El infinito en un Junco de Safo, una de las pocas escritoras griegas de la que se conocen textos.
“Favorecida con el don de la música, la menuda y fea Safo podía ataviar con sus pasiones el minúsculo mundo que la rodeaba, y embellecerlo”. Y es que ella fluía invisible en un mundo totalmente masculino. Eran ellos los guerreros, los que escribían o dictaban leyes, los que mandaban. Siempre ellos.
Veintiséis siglos después seguimos igual en algunos sitios del viejo planeta. Puede que incluso peor. Díganme sino cómo digerir que existan aberraciones tales como la ablación, o que las mujeres sean enfundadas en negros velos y reducidas a latigazos a la nada.
Y es que ahora resulta mucho más hiriente cuando tenemos la historia detrás. No debería haber ni la más mínima excusa. ¿Educar primero y encerrar después? ¿ilustradas pero enviadas a la cocina? ¿parir hijos para ejércitos del horror? ¿matrimonios a la edad de seguir con los libros de texto? Miren con atención a su alrededor.
Continúa Irene Vallejo hablando de Safo: “su matrimonio acabó y ella cambió las rutinas del hogar por una nueva actividad… Sabemos que dirigió un grupo de chicas jóvenes, hijas de familias ilustres. Sabemos también que se enamoró en momentos sucesivos de algunas… juntas componían poesía, trenzaban coronas de flores, sentían deseo, se acariciaban, cantaban y bailaban, ajenas a los hombres”.
Hace muchos años visite Siria en un viaje del Colegio de Abogados. Era la única mujer de la comisión organizadora y tuve la ocasión de vivir experiencias únicas. Un día pude estar a solas con las mujeres de los hombres que allí mandaban, entre otras la mujer del Imán y la del presidente del sindicato de abogados. Comprobé, fascinada, que habían fabricado un mundo paralelo a ese otro del que eran cotidianamente expulsadas. Y ocurre que en esos mundos paralelos las mujeres se besan, escriben, comparten, danzan o se contonean. Lo hacen cuando tienen hombres que no saben besarlas. Cuando sus hombres no saben valorarlas. Son, entre sí, el refugio para sentirse comprendidas y amadas. La película Carmen y Lola cuenta la historia cercana y actual de dos adolescentes gitanas que terminan amándose. ¿Saben que hasta el casting para encontrar a las actrices fue complicado?
La policía moral de Irán ha asesinado a la joven Mahsa Amini por llevar mal puesto el velo islámico. Las mujeres de Irán, cuyas abuelas lucían bikinis, han salido a la calle a quitarse los velos, a quemarlos y a cortarse el pelo a jirones.
No sé qué puedo hacer. Me duele el alma ver esas imágenes. Mientras, aquí, escucho a otros que, sin vergüenza, ni pudor, justifican la violencia contra una mujer. Tan frescos. Como si nada. Pan y circo. Ya mismo El Arcángel será El Profeta. Ni tan mal. Por Safo que me niego.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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