Leo que la voz influencer es un anglicismo que se refiere a la persona que tiene capacidad para influir sobre otras a través de las redes sociales. Antes una persona “influyente” era una persona de prestigio por su trabajo o profesión, por sus méritos empresariales, científicos, académicos y hasta políticos y que tenía esa capacidad. En fin, Un ejemplo.
La semana pasada fue la boda de una tal Marta Lozano. Me enteré porque no hubo periódico, red social o programa que no lo anunciara a bombo y platillo. Créanme que no sabía quién era y eso que tengo redes sociales y las “practico”. Al consultar quien era, encontré “la Influencer de moda”, “la chica del momento”, “la amiga de María Pombo”(¿otra?), “la española que causa sensación”. No encontré otra referencia que no fuera su evidente belleza y tener más de 900.000 seguidores en Instagram. Después de la boda, muchos más.
Ninguna referencia a estudios o méritos más allá de reconocer que la red social es “su trabajo” y que “ha colaborado con numerosas marcas de prestigio, llegando a compartir pasarela con personalidades (¿ perso… qué?) del nivel de Laura Escanes o María Pombo”. Tal cual. ¿Laura Escanes una personalidad? ¿por casarse con quien puede ser su padre, un señor que vive de la crítica hiriente y ácida? ¡No, hombre, ¡será por estudiar en la “Universidad abierta de Cataluña”! ¡Sí, como lo oyen! ¡Universidad Abierta! ¿el qué? Ni idea.
El problema es que esta pléyade de influencers resulta que influyen de verdad, porque de otra forma no cobrarían lo que cobran. Así que la pregunta es ¿a quién influyen? ¿a adolescentes que quieren ser tan “ilustradas” y delgadas como ellas? ¿a esas chicas cada vez más operadas? ¿a quienes ven como sin sacrificio ni preparación se gana mucho dinero? O mucho peor ¿a todos los que creen que la vida de cuento que exhiben es real? ¡Qué peligro!
La tal Marta Lozano no exhibió uno, ni dos, sino tres vestidos de boda, le dio una patada a la necesaria sostenibilidad medioambiental y el derroche y el exceso fue la bomba. El problema es ¿todos sus “influidos” distinguen lo que es vida real y publicidad encubierta y pagada? Esas bodas patrocinadas, los viajes publicitarios pagados, las caras impecablemente maquilladas recién levantadas generan frustración en quienes asisten atónitos al “espectáculo” sin saber que eso no es real. No lo es. Es generar contenidos, más seguidores, más likes y más dinero. Y vuelta a empezar.
El 26 de mayo se aprobó la Ley General de Comunicación Audiovisual sobre la que aún no tengo fundada opinión, aunque parece que incluye sanciones para los influencers que hagan un mal uso de sus redes sociales con publicidad encubierta. Solo por eso, un punto a su favor. Si hay alguna publicidad intolerable por engañosa es la de esas vidas y cuerpos de mentira. El daño brutal e irreversible que causa a una juventud cada vez con menos espíritu crítico, que desde que están en la trona consumen imágenes. Si de mi dependiera, las sanciones millonarias y las fotos, como en Noruega, sin un solo retoque.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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