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Sobre este blog

Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

El futuro que se nos viene: ¿Amar a un robot?

Imagen que acompaña al post.

Magdalena Entrenas

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Estamos rodeados de robots. Limpiamos el suelo con uno, hacemos el salmorejo con otro, les enseñamos a los niños con kits de robótica, en el campo hay robots cosechadores y, cuando nos operan, ahí está el robot quirúrgico Da Vinci.

Y qué decir del robot que nos somete a todos hasta límites insospechados: ese móvil del que dependemos para todo. Pagar, mandar un email, leer la prensa, comprar sin ir a la tienda o ligar por mil aplicaciones para según qué género y según qué preferencia sexual. Explicaba esta semana la Policía Nacional que llevar el DNI en el móvil será pronto una realidad.

El avance desde aquel día, no tan lejano, en que llegó el primer robot a mi vida es imparable e inimaginable. Cuando vi que en una máquina metía un folio escrito por una ranura horizontal y ese mismo papel salía, en tiempo real, por otra máquina a cientos o miles de kilómetros supe, sin comprenderlo, que el camino era sin retorno ¡Y tanto que lo ha sido!

Desde aquel fax que me dejó sin palabras hemos dado un salto sideral con lo que internet nos ha traído. Y ahora, dicen los expertos, ha llegado otro salto mega sideral con la robotización absoluta y la inteligencia artificial. El otro día, en una tertulia sobre hacia dónde va el futuro, mis amigos entendidos dibujaron una vida que yo no fui capaz ni de imaginar. Es como si aquel día del fax me hubieran dicho que podría asomarme por una pantalla al mundo y ver lo que me diera la real gana.

Pero, convendrán conmigo en que las relaciones humanas y el contacto de piel con piel se ha resentido. ¿Llegará a atrofiarse? ¿Llegará un día en que no tengamos ni la necesidad de relacionarnos con otros humanos? Fui hace un mes a dar unas clases a la Facultad de Derecho y mi nostalgia me llevó directa a la cafetería. Quería recordar aquel sitio donde tanto me había “relacionado”. El espacio era el mismo. La misma cafetería que dejé en el año 1985 con aquel último café. Faltaba la densa nube de humo que siempre flotaba en la atmósfera, pero también el ruido vital de aquellas conversaciones y risas de los alumnos arremolinados en torno a un café que la abarrotaban a cada momento. No había humo, ni casi alumnos y los pocos que había estaban solos con la cabeza gacha y los ojos fijos en la pantalla de su móvil. Silencio.

¿Llegará un día en donde allí donde el humano es insustituible por su capacidad de razonar y sentir deje de serlo? En esa tertulia alguien dijo la frase que hizo saltar el resorte que me trajo aquí. “Por ejemplo -dijo- yo preferiría que me juzgara un robot”, explicando que con la inteligencia artificial sería imposible mentirle a un “juez robot” porque detectaría el engaño. Como si mentir, o no declararse culpable, no fuera un derecho.

La inteligencia artificial mejorará nuestra vida, los “métodos” y los procesos, dijeron. Puede. Yo no estoy segura. Por no decir que no lo estoy en absoluto. Créanme: si cometen un delito, busquen un buen abogado y un juez de carne y hueso. Las miserias y las pasiones humanas jamás estarán al alcance de un robot. La vida no es blanca o negra. Los grises infinitos existen y son, como el soberano, cosa de humanos. 

Y de amar a un robot, ni hablamos. 

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Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

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