Tejiendo mimbres
Tengo una idea. Una idea millonaria. Una idea de las que generan desarrollo y crecimiento. Una idea de las buenas para que los flamenquinólogos, los salmorejólogos y los perólogos vendan flamenquines, salmorejos y peroles como nunca antes lo hicieron. Una idea propia de un visionario de la que los políticos bien formados debieran hacer bandera en defensa de sus votantes.
Verán, la cosa va de lo siguiente, y a poco que ustedes entiendan lo que nos conviene me darán la razón. Años ha, un huevo de años ha, en lo alto de la sierra esa que ven desde sus ventanas, se recogía nieve que se vendía como hielo en los mercados de la ciudad. Sí, como leen. Nuestra sierra, la cosa esa con mugrosos árboles y alguna que otra parsela, esconde entre sus umbríos recovecos auténticos neveros, de los que servían para ir acumulando nieve en el invierno, y la cual, mediante su laboriosa prensa, se vendía como hielo en los meses más calurosos.
No es broma no, en 1.821 un emprendeor cordobés de los buenos, de nombre Juan Rubio, construyó un pozo de nieve en el cerro de San Cristóbal, en la zona de Trassierra. En aquellos años, la presencia de nieve en la sierra era relativamente frecuente como consecuencia de una “pequeña edad del hielo” que vivió el planeta entre los siglos XVI y XIX, y que un día de estos tendré a bien explicarles. Como consecuencia, tuvo nuestra pequeña ciudad un curioso negocio ligado al comercio de la nieve.
Pues bien, la idea es esta, puesto que la historia, la arqueología y la paleoclimática nos demuestran que esta tierra ya tuvo un tiempo en que la nieve era un factor de desarrollo, que la técnica, la ingeniería y nuestro ego se han desarrollado una barbaridad, y que en torno a la mitad de nuestros vecinos vienen pasando lo que se conoce como hambre, propongo, que nos fusilemos todos los rastrojos y la nociva arboleda que tanto afean nuestra sierra, que pasemos unas cuantas retroexcavadoras desde el Muriano hasta San Jerónimo, que pongamos unos cientos de cañones de nieve, y que los sienes de constructores en paro levanten un pedazo de estación de esquí como la de Pradollano. ¿Que no?
A ver, piénsenlo bien, lo de Popea, el Bejarano, los Villares y el bosque mediterráneo es una cuestión sobrevenida por la dejadez y la desidia del cordobés, y por lo tanto debe ser relativizada. Si el cordobés hubiese sido como tenía que haber sido, en la sierra no quedaba un árbol desde que los moros sentaron su culo aquí, pero claro, como somos así...
Una idea que pudiera parecer descabellada, pero que no es sino reflejo de otras que pueden verse en el espejo de la sultana. Me explico. Hay desde que tengo conciencia, una corriente de opinión en esta ciudad que pide con relativa frecuencia la gilipollezca faraonada de hacer navegable el Guadalquivir hasta las mismas puertas de la Mezquita. Una barbaridad ingenieril anclada en el hondo argumento de que ya los romanos subían y bajaban género y especies desde Itálica hasta Corduba con la misma alegría del que se sube a las Jaras un domingo con sol. Una verdad argumental como un templo que no es razón de nada, pues incluso hoy mismo, barcazas del mismo calado podrían ir y venir con los mismos problemas de navegación que antaño tuviesen los navegantes del Betis por la muy irregular dinámica hidrológica del río, entonces y ahora.
Pero no, lo que se pide no es que vuelvan, en un ejercicio de recuperación de la memoria histórico-cultural, el flujo de navíos de escaso calado de época romana, lo que se pide es un proyecto de ingeniería civil que salpique de represas todo el cauce entre Lora del Río y nuestra capital, previo dragado del lecho fluvial y arrasamiento de las isletas de vegetación de ribera que existen en todo el tramo. Una idea que pudiera parecer prometedora a ojos de los mismos ingenieros que ya avanzaron una idea del proyecto a comienzos del siglo XX, y de la que nos dejaron las presas de Posadas y Palma del Río, pero que debieran espeluznar desde la óptica de la gestión integral del territorio de la que gozamos en estos comienzos del XXI.
Sería ésta cuestión menor si no fuese por lo destacado del carro de autoridades que encabeza la iniciativa. Quien precisamente debiera conocer mejor que nadie la absoluta importancia de salvaguardar los rasgos de identidad sobrevenidos de nuestra cultura, patrimoniales o naturales, es quien irresponsablemente, y espero que inconscientemente, pide con total ligereza la minusvaloración de lo singular para adaptar, como quien encaja una pieza de puzzle donde no le corresponde, la vulgaridad reconvertida en factor de desarrollo por las inenarrables imágenes de barcos llenos de turistas al caer el sol. Una idea del mismo calibre que anteponer un plan de esquí en los Villares frente a un plan rector de uso y gestión que revalorice y realce los elementos naturales de nuestra sierra.
Una faraonada más, de las que nos han traído hasta donde estamos, auspiciada esta vez por el principal valedor del patrimonio arqueológico de la ciudad, que vuelve a encumbrar a esta ciudad a los altares de la mediocridad, que habla de barbaridades irrealizables mientras calla por barbaridades que nunca debieron haberse realizado. Una barbaridad más, que obvia los más elementales avances en política territorial, que pasan, o debieran de pasar, por la integración y el respeto a toda la biota fluvial, restaurando márgenes y lecho fluvial, hasta un estadio razonablemente natural, que pase, como no, por la gestión de las zonas de servidumbre e inundabilidad, y la gestión de toda la cuenca de drenaje.
Una solución sensiblemente más económica y razonadamente más próspera, que debiera acabar olvidando la antigualla rancia de las tradicionales “limpiezas de ríos”. Limpiezas que pasan siempre por la eliminación de sedimentos y materia vegetal viva o muerta, elementos estos, naturales y asociados a la propia dinámica fluvial. Elementos incluidos en lo que se conoce como nueva cultura del agua, embebida en la gestión integral del territorio, y que realmente supone, o podría suponer, el verdadero factor de desarrollo con el que tejer las mimbres del siglo XXI.
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