El perol
Quiso este año tener un otoño tardío, un otoño más primaveral de la cuenta, hasta ayer. Hasta ayer, el único episodio medianamente otoñal fue el paso de aquella borrasca de origen huracanado que tuvo la delicadeza de traernos el Trópico hasta Córdoba. Afortunadamente, quiso la dinámica atmosférica del Atlántico Norte dibujar un amasijo isobárico de los que riegan, en abundancia, la Península Ibérica. Una regada que podría acabar jodiendo el día de la cordobesidad por antonomasia, el día de San Rafael, fiesta autóctona que manda donde Cristo perdió la sandalia los rigores y calores veraniegos. O al menos así quiero verlo yo.
Desde mi más tierna infancia recuerdo el día de San Rafael como una mañana donde vestir jersey. Lo de los peroles, por suerte, en mi casa nunca tuvo buena acogida, una renuncia a la cordobesidad de la que particularmente me siento bien orgulloso. El resto de la ciudad, por el contrario, se sumaba en un extraño ritual de contacto con esa cosa que ellos llaman naturaleza, un paseo hasta los Villares que se viene repitiendo desde que el Mundo es Mundo, que convierte al cordobés en un repentino amante de lo natural por el tremendo hito de comerse un plato de arroz a la sombra de un chopo. El naturalista cordobés, por riles, viste chándal y come arroz, se ensimisma con la humareda de la candela y aplaude la tala del río. Todo en uno.
Pero como les decía, lo de los peroles, tal vez este año se acabe jodiendo, puede que por el karma universal. Desde hace ya un buen tiempo, la dinámica imperante en buena parte del viejo continente se asocia con el tiempo seco y estable, el culpable es la insistencia de altas presiones en la mitad meriodional europea, una suerte de barrera anticiclónica que hasta la fecha está impidiendo la entrada de borrascas hasta el interior continental. Los centros depresionarios tienden a quedar anclados en el ámbito de influencia británico, al noroeste de nuestra posición. La consecuencia de esta cosa, para que me entiendan, radica en que la afección hasta nosotros de los posibles frentes es más bien escasa, y casi siempre con un barrido peninsular de trayectoria suroeste-noreste, que impide, el paso en condiciones por todo el territorio peninsular de las ansiadas lluvias otoñales.
Sin embargo, existen otras causas que permiten una mayor generosidad en la regada otoñal, como la profundización de la borrasca y la disposición de otros centros atlánticos que pueden crear una suerte de corredor de humedad hasta nuestra latitud, es lo que ocurrió ayer, y es la causa de lo que seguirá ocurriendo. Si ayer la regada fue considerable, hoy y mañana prometen ser transición hasta otra buena regada el próximo viernes. Eso sí, la transición estos dos días, San Rafael mediante, vendrá igualmente marcada por la inestabilidad. Una inestabilidad difícil de predecir con exactitud por ese flujo del suroeste del que les hablaba, que tendrá en vilo a los amantes del arroz quemado hasta la misma mañana del jueves, en tanto nos encontramos en “zona de frontera” del frente que afectará a la Península ese día.
Lo que sí parece seguro es que volveremos a repetir regada durante la jornada del viernes, punto y a parte de este otoñal episodio que podría no repetirse hasta que la buena voluntad de otro custodio local, quiera traernos hasta nuestra vertical una borrasca lo suficientemente profunda como para esquivar el intenso bloqueo anticiclónico que tiene reseco a buena parte del sur europeo. Les propongo, si son de los que acuden al ritual perolero, que repitan entre cucharón y cucharón:
“Que San Rafael Arcángel, custodio de Córdoba,
nos traiga borrascas, acipote anticiclones
y nos devuelva el otoño
coño“
0