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El Parcelismo Ilustrado

Carlos Puentes

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Si algo bueno nos trajo la mudanza democrática, o lo que demonios fuese aquella cosa de la Transición, fue la voluntad expresa del pueblo que conforma el país llamado España, de empezar a arreglar los pequeños roces de convivencia mediante el arte del engaño, la palabrería hueca y el birlibirlaque semántico en lugar de las acostumbradas hostias con que las tres Españas (una más que las otras) tenían por costumbre imponer su razón. Así, los residuos revolucionarios en Cataluña, País Vasco y la Moncloa, comenzaron un viaje de no retorno donde las salpicaduras sanguinolentas que abrían los telediarios de la UHF iban dando un creciente asco en la creciente bajo-burguesía española.

El devenir de los tiempos ha venido demostrando que esta cosa de la democracia es un completo asco, en cuanto que el verdadero poder, el económico, sigue estando controlado por oscuras fuerzas que tienden a asegurar su propio chiringuito antes que el de los subordinados que los mantienen. Pero aún así, se siguen intentando celebrar pequeños conatos de verdadera democracia donde la gente aún tiene voluntad de sentirse escuchada. El caso catalán posiblemente sea uno de ellos, pero tan rematadamente mal hecho que en el propio proceso de secesión, la parte secesionante viene ignorando a la parte secesionable mientras ésta ignora a su vez la propia voluntad de la primera de querer el divorcio de la segunda, el coño de la Bernarda vamos.

Está claro que de los desajustes emocionales de unos y de la machorra concepción ibérica de otros, saldrá más pronto que tarde algún que otro salvapatrias con ganas de montar un buen pollo que escriba alguna que otra página más de la historia del cataplín español. No obstante, debemos congratularnos con que buena parte del populacho sigamos queriendo arreglar la vecindad por vía del insulto en lugar del garrote vil.

Aquí, más cordobesamente, asistimos también a nuestro propio proceso consultivo que anteponga la razón ilustrada a la sinrazón oscurantista. Aunque el extenuante calendario de procesiones locales diga lo contrario, cada vez pisamos más de lleno el siglo XXI y dejamos atrás el oscuro medievo de mediados del XX. La prueba queda patente en el asombroso escenario político que se ha dado en esta ciudad en los últimos 3 años, y que alcanzó esta misma semana, las más altas cotas de hilaridad local en los taitantos mil años de historia biológica acumulada (sean evolucionistas o no). Si hace escasos cuatro años saltaba al ruedo del pasmo cordobés el personaje más esperpéntico de la fauna local como es Rafael Gómez Sánchez, el pasado sábado hacía pública su intención de tomar la vía democrática la muy noble y muy leal plataforma de ciudadanos cordobeses con ganas de legalizar cosas ilegalizables, también conocidos como el partido de los Parcelistas Cordobeses Unidos o PCU (no confundir con el Partido Comunista Unificado).

Lejos quede la sorna en cuestión tan respetable como la que se pone sobre la mesa, al fin y al cabo, iniciativas de este tipo no son nuevas, y ya en años se pedía la legalización del consumo y comercialización de la marihuana, o la aún perenne desde los tiempos de Franco de quienes piden la legalización del asesinato por motivos de raza, condición religiosa o sexo. Sea así bienvenida la vía parcelista, que sitúa al cuñadismo cordobés con pie y medio en el salón de Capitulares, una opción tan digna, y hasta la fecha, moralmente equiparable a las mismas que anteponen el interés particular al general. Al fin y al cabo, ya este nuestro ayuntamiento, de sello merecidamente popular, ha afirmado, sin atisbo alguno de algo que lejanamente pueda parecer vergüenza, que está feliz y dispuesto para ceder rápida y alegremente un terreno de todos para el beneficio particular de una empresa privada.

Bienvenido sea, el parcelismo ilustrado.

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