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El cochino móvil

Carlos Puentes

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Noto desde hace tiempo que voy adquiriendo cierto comportamiento sociópata. No es novedoso entreleyendo las diatribas personales que de cuando en cuando suelto por este y otros espacios virtuales. Hasta la fecha lo asociaba a cosas de la edad, esa ley no escrita que dice que al convertirse en un ser con libre capacidad de consumir idioteces, te vuelves más y más idiota y acabas votando al PP, o incluso al PSOE. Pero estos días de convivencias navideñas y obligados paseos por el Hades comercial de la Calle Concepción, uno entiende que pertenecer al selecto club de los que no tienen esmarfon te aísla y excluye a un universo paralelo.

Puede que sea ese sutil atractivo de creerse rebelde por no dejarse arrastrar por el icono del capital tecnológico, o simple y mero reconocimiento de la estupidez colectivizada acompañado de una decisión profunda y personal de huir de ella lo que hace que aún no haya caído en las garras del mal absoluto. Lo siento, pero aún no conozco la mesura en comportamientos asociados al móvil, tan sólo transiciones de estado de personas antes perfectamente capaces y funcionales, a seres semi-lobotomizados y con un grado de adicción por compartir gilipolleces que debería asustarnos por la seria amenaza que supone al correcto sostenimiento de la especie.

Me van a permitir que no encuentre agradable, dada mi situación de franca minoría, ese extraño sentimiento de soledad que uno alcanza al estar rodeado de lo que antes fueron personas, prestando sorprendente atención a una pantalla que aunque cabe en un bolsillo, ha terminado por acompañar cada cubierto de cuantos se sientan a compartir una comida. Que observe con cierta extrañeza, el impulso que lleva a tantos a exponer con una muy poco estudiada alegría, cada poro de lo que antes se consideraba intimidad, supongo, y sólo supongo, para evidenciar que somos una sociedad movida por la envidia, la apariencia y el espejismo.

Es difícil mantener una conversación y no acabar odiando a quien aún emitiendo palabras, esquiva la mirada para demostrar tener más atención a las notificaciones del guasap que a las barbaridades que uno mismo emite. No cabe duda de que hemos avanzado hacia un estadio superior de accesibilidad e información con la revolución digital, pero también, tal y como la magnífica serie británica Black Mirror lleva años anunciándonos, estamos inmersos en un proceso de involución como sociedad con el que ya hoy manifestamos serias carencias emocionales. Que San Darwin nos perdone.

Feliz 2015

pd: vaya mi reconocimiento para mi hermano y mi señora madre, que aún hoy, 15 años después de la Odisea Espacial del Kubrick, siguen desvinculados de cualquier cosa que les sirva para estar localizados porque sí.

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