Este miércoles, un parlamentario andaluz se subió al escaño, citó una frase que pronunció Estanislao Figueras -que nunca pasará de moda porque siempre se puede estar hasta los cojones de algo o de todo-, y luego afirmó sentir vergüenza de ser lo que es y de dedicarse a lo que se dedica.
El discurso no tardó en llegar a la red y el propio diputado se ha recreado en él, insistiendo en la idea de que, como la gente muere de Covid-19, pues no hay tiempo para mociones de censura ni para mítines, ni actos de partido.
Más allá de que un discurso tan simplista y populista pueda parecer irrebatible, la idea lanzada por el diputado se enmarca en la misma corriente ética y estética en la que se inscribe el vídeo de la chica con gafas que se viralizó la semana pasada: el de la tipa que buscaba un capitán para España, que vendía los ERTES como si fueran una imposición y no un salvavidas para el hostelero, y que luego se ha cabreado porque la hayan situado en la órbita de los partidos que promueven que la política es inútil y que todos los políticos son iguales. O sea, en la órbita de Vox.
Que una ciudadana, venga de donde venga y se apoye en quien se apoye, se monte su película con la que está cayendo tiene un pase. Pero que un parlamentario que lleva años cobrando del erario público se suba al estrado para decir que avergüenza de su labor y acto seguido se baje de la tribuna y se ponga a tuitear como si nada es una tomadura de pelo.
Uno podría argumentar, haciendo alarde del mismo populismo, que, si tanta vergüenza siente de la clase política a la que representa, devuelva la próxima nómina, coja sus cosas y se dedique a otra cosa. Es lo que hizo Estanislao Figueras, por cierto.
En vez de eso, me limitaré a decir que la vergüenza es como una pistola. O se tiene o no se tiene. Y, si se tiene y se saca, más vale que uno sepa utilizarla.
Porque sino, lo que provocas es vergüenza ajena.
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