El becario y el periodista precario
Esta misma semana hace 12 años empecé unas prácticas como periodista en Radio Córdoba. La semana anterior tenía todo listo para marcharme a echar el verano trabajando en cualquier bar de playa y sonó el teléfono. Creo recordar que fue María Eugenia Vílchez la que me decía que mi amiga Elena Varo les había dado mi nombre como candidato a un contrato de verano.
Recuerdo que entonces pensé que el periodismo quizá no era como me lo había enseñado en la carrera, de cuya enseñanza guardo un recuerdo desastroso y desalentador, y se parecía más a lo que yo tenía en la cabeza. Así que acepté.
Aquellas prácticas de verano me llevaron a otras de un año en la Agencia Efe, con Adolfo Ibarra, que fue quien me enseñó a trabajar cualquier tema bajo una premisa: No importa que no sepas nada de ellos de entrada, pero tienes que estar seguro del 100% de lo que publicas.
Aquel año estalló la crisis económica y, tras dos contratillos de becario, inicié una travesía por el desierto del periodismo freelance de diez años. En realidad yo he sido autónomo y no freelance, que es un anglicismo cool que enmascara la realidad: yo lo que he sido durante una década es un periodista precario.
Aquella travesía terminó en diciembre del año pasado. Desde entonces, escribo dramas y tragicomedias en esta casa y muy a menudo me convenzo a mí mismo de que mi trabajo importa. Esos días son la hostia y, junto con el equipazo que me respalda, compensan el resto de inconvenientes de este oficio tan necesario como desagradecido en el que, como decía un tipo más sabio que yo, se sufre como un perro.
La pandemia ha disparado en mí también una sensación de desazón, espoleada por el coste que tiene la agotadora tarea de construir el relato de que los periodistas somos necesarios en un momento en el que la desconfianza en los medios de comunicación crece tan rápido como el número de visitas.
Y somos necesarios, claro. Pero incluso yo tengo días en los que desearía poder desconectar de información, redes sociales, titulares y ruedas de prensa. Hay días en los que envidio a quien se aleja del ruido de los medios de comunicación. Días en los que dudo, como buen periodista, de si mi juicio fue el correcto aquella semana de julio de hace doce años.
Claro que al momento me doy cuenta de que no hay cosa menos periodística que revisar el pasado desde el presente y enjuiciar las decisiones pretéritas bajo el prisma simplista de lo correcto/incorrecto.
Entonces detecto que estoy en mi sitio. Incómodo ante mi propia grabadora. Así llevo doce años.
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