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El apagón

Charlie Parker

Juan Velasco

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El 1 de agosto de 1942, la Federación Americana de Músicos comenzó una huelga contra las principales compañías discográficas estadounidenses que impidió la grabación de discos. Los músicos instrumentistas, la clave del éxito en la época de las big bands, pedían lo que era justo: que les pagaran derechos de autor. Y la manera de demostrar que los merecían era apagar la industria.

Duró dos años. Para cuando terminó, el 11 de noviembre de 1944, la presión sindical había reducido a la mitad las ventas de algunas compañías y había obligado incluso a cambiar la programación de muchas radios, pues no disponían de nuevos discos que pinchar. Aquel apagón no detuvo, sin embargo, los conciertos. De hecho, mientras los estudios estaban paralizados, emergió con fuerza el bebop en los clubs de mala muerte. Charlie Parker y Dizzy Gillespie aprovecharon el apagón para tomar el testigo de Count Bassie y Duke Ellington. El jazz estaba cambiando.

Pero, a pesar de haber ganado la batalla por los royalties, los músicos seguían en paro. En gran parte porque las radios habían sustituido la música en vivo por los discos. Así que, en 1948, se repitió la presión. Otro año más estuvieron cerrados los estudios de las compañías, a las que se les exigía ahora que pagaran un porcentaje de las ventas a un fondo creado para ayudar a los músicos que se habían quedado desempleados.

Pero las compañías ya habían aprendido. Y como habían entendido a la perfección que el problema para el sindicato estaba en los discos que se suministraban a las radios, entre la huelga del 42 y la del 48, impulsaron un formato que cambió para siempre el consumo de música: los discos de 7 pulgadas -a 45 revoluciones por minuto-, que fueron el germen del R&B; y los LPs de 12 pulgadas, que por su extensión y calidad dieron lugar a la siguiente revolución del jazz.

El sindicato ganó aquella segunda huelga. Pero a la larga fue la industria la que se hizo millonaria cuando descubrió que el público lo que demandaba eran grabaciones baratas de guitarra, bajo y batería. El rock & roll y la era dorada del jazz acababan de nacer. Y el sindicato y los miles de músicos de sesión que creían haber ganado la batalla no se habían enterado de nada.

La huelga de actores del tardofranquismo

El 4 de febrero de 1975, los actores españoles iniciaron una huelga que apenas duró algo más de una semana, pero que sentó un precedente histórico. Los ánimos del sector se empezaron a calentar cuando Concha Velasco y Juan Diego fueron despedidos por solicitar un día de libranza semanal. Aquello ocurrió en el año 72, pero fue la gota que colmó el vaso de la paciencia del gremio.

¿Qué pedían? Entre otras cosas, un mejor salario, cobrar los ensayos y los desplazamientos, o la función única diaria. Aquel movimiento actoral pronto contó con un enorme apoyo cultural: bailarines, pintores, directores, cineastas, realizadores, cantantes o empleados del circo, de las salas de arte, de los tablaos y, sobre todo, de Televisión Española, la única cadena de entonces, controlada por el Gobierno.

Este, por su parte, no le prestó demasiada atención a los movimientos de los actores y solo reaccionó cuando TVE tuvo que sustituir de urgencia su programación habitual por falta de personal. Cuando captaron su atención, el régimen se lanzó con todo a por el colectivo: el 8 de febrero la Policía irrumpió en el Teatro de Bellas Artes en medio de una asamblea y se llevó detenidos a ocho o nueve a actores a los que acusó de pertenecer al FRAP (Frente Revolucionario Anti Fascista y Patriota) e incluso los relacionó con un atentado perpetrado por ETA.

Las detenciones supusieron una escalada de tensión y, solo por la mediación de actores tan famosos como Adolfo Marsillach, Fernando Fernán-Gómez o Lola Flores, se pudo rebajar el ánimo a ambos lados de la mesa de negociación. Finalmente se logró la excarcelación de los detenidos, lo que supuso el final de la huelga, el 12 de febrero. Los actores volvieron al tajo, pero acabaron ganando. Aquella huelga también cambió el circuito teatral madrileño, pues las nuevas condiciones conseguidas obligaron a muchas salas a cerrar o a agarrarse a las subvenciones públicas.

El apagón en las redes

Entre este viernes 10 y el próximo domingo 12 de abril, la industria cultural española ha convocado un apagón cultural en redes sociales. Piden que no se genere contenido para que la gente que está confinada en sus casas no puedan acceder a lo que ya se les estaba regalando, y así se genere una conciencia de lo necesarios que son los creadores en este país.

Es una huelga novedosa en cuanto a su formato, pues no echa un pulso a la industria -los teatros, los cines y las salas de conciertos, que son los que fijan los precios y los salarios, ya están cerradas y a un paso de la ruina-; ni al sistema -pues el usuario tiene hoy a su alcance una cantidad de contenido cultural fuera de sus redes sociales del que no hay precedentes-; ni tampoco al Gobierno, pues no va a paralizar nada, más allá de lograr acaparar algo de atención mediática.

Su reivindicación es justa. La cultura, que ya ha llegado tocada de muerte a esta crisis -por causas que no caben en este artículo-, merece protección estatal. Pero está por ver si el modo de conseguirlo es con una huelga en las redes sociales, arriesgando un papel de intranscendencia, en un momento en el que el único apagón cultural verdaderamente efectivo sería un colapso de internet.

Sea como sea, nos deseo suerte. Su batalla es la nuestra. La de todo un país. España es su cultura. Y si el Gobierno no es capaz de verlo ahora, lo acabará viendo con el paso de las semanas. No hay apagón ni virus que pare la creatividad de un país como este. Solo hay que asomarse al balcón para verlo.

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