¿Quién es el alcalde de Córdoba?
Existe un lugar mágico para comprender la idiosincrasia de Córdoba y Andalucía. Por qué somos así. Por qué bajo una apariencia cobarde se esconde una forma de rebeldía inteligente e inmortal. Está en la mediatriz del puente Romano sobre el Guadalquivir. El único río de la península que pierde su nombre y no bautiza los lugares por donde pasa. Los conquistadores quisieron amputarlo de nuestra memoria. Y volvieron a fracasar. El Guadalquivir, con la misma actitud de Córdoba, mantuvo su grandeza adjudicándose el género, la metonimia, tomando la parte por el todo: no necesita ser nombrado porque es el río por excelencia. Sobre su piel, el puente romano. El cordón umbilical entre oriente y occidente. El paso natural de la mediterraneidad, la única Europa que concibo. Y justamente en medio, se encuentra la metáfora más hermosa y evidente del ser cordobés: a un lado, San Rafael, el patrón elegido por el pueblo; y al otro, un artefacto con los santos impuestos, despreciado por el pueblo. Uno cargado de vida, con velas encendidas y flores. El otro, desnudo, muerto, alumbrado artificialmente.
Más allá de las leyendas inventadas para salvarse de la represión inquisitorial, San Rafael era el verdadero custodio del verdadero pueblo de Córdoba por tratarse de un “arcángel aljamiado”. Así lo llamó Lorca. Nadie mejor que Federico conocía las claves psicoanalíticas de la represión contenidas en su propia alma y en la del pueblo al que emocionalmente pertenecía. Qué importa que fuera mujer, morisco, judío, negro, gitano o gay. Todos son de la misma patria. A todos les duele la misma espina en el costado. La herida del perseguido. Y unos la superaron bajo las mantas, otros bajo la hipocresía de aparentar justamente lo contrario, y una minoría de los dos, con la creación sincrética como medicina. Al tiempo de la conquista castellana, Córdoba era mayoritariamente morisca, marrana, conversa. Y su pueblo milenario no buscó el amparo en los santos de sus conquistadores, sino en sus diosas madre de siempre, como la Fuensanta, y en uno de los arcángeles comunes para las tres religiones del Libro. San Rafael. El sanador. El Israfil que anunciará el juicio final para unos y otros. Con el cuerno judío en la mano derecha y el pez cristiano en la izquierda. Los que quieren flores de vino y los que saltos de media luna. Un solo pez en el agua que a los dos Córdobas junta. La que reza cuando calla. Y la que reza cuando escucha.
Por eso la Fuensanta y San Rafael pertenecen al pueblo porque son el pueblo mismo. Como la Mezquita. Constituyen nuestra memoria. Lo único que nos pueden amputar para dejar dejar de ser quienes somos. Y por eso el alcalde de esta ciudad se equivoca defendiendo los intereses de quienes han decidido negar nuestra grandeza. Nos impusieron el escudo miserable de Castilla y León para negarnos los mil años de nuestro pasado como capital de la Bética, de la Hispania Bizantina y de Al Ándalus. Nos impusieron a dos santos a los que el pueblo ignora y rechaza hasta el extremo de protegerlos tras la luz mortecina de un cristal. Y ahora nos quieren imponer el nombre de Catedral para negar lo que el pueblo de Córdoba mantuvo en pie gracias a un alcalde de verdad, el corregidor Luis de la Cerda, que supo estar a la altura de la historia manteniéndose al lado de su pueblo.
Nieto se está “agallardonizando” tanto que los cordobeses terminarán creyendo que el verdadero alcalde es el Obispo. Es una vergüenza que la jerarquía católica se apropie de los símbolos de Córdoba en el último estertor de la conquista castellana. Y que encima lo haga amparándose en normas franquistas y mintiendo ante el Registro. Para apropiarse de La Fuensanta, el Cabildo ocultó en 1987 que estaba registrando una plaza pública y un templo de culto bajo el eufemismo de “otras dependencias”. Además de incumplir la leyes de los hombres, faltaba a las suyas propias que hipócritamente exigen a sus fieles. Lo mismo hizo en 2011 para apropiarse de la plaza y del Triunfo de San Rafael, inventariadas por el Ayuntamiento, al igual que la Fuente del Patio de los Naranjos, la del Caño Gordo o el San Rafael de la Torre de la Mezquita-Catedral.
Alinearse con el fundamentalismo católico, además de un error electoral que ya le costó el cargo a Gallardón, conlleva un incumplimiento grave y flagrante de sus funciones como representante del pueblo de Córdoba que no debe permitir un expolio de nuestro patrimonio y de nuestra memoria. La gente de Córdoba es sabia. Calla. Guarda la verdad lengua adentro. Pero cuando se la muerde, después sabe dónde escupir su dolor. Al pueblo de Córdoba le duele que le roben su grandeza. Que sepulten el nombre de su Mezquita. Que le quiten los símbolos que eligieron libres para no acatar las órdenes de sus miserables conquistadores. Córdoba aprendió a aceptar humildemente que le despellejaran el cuerpo. Pero no aceptará que le arrebaten el alma.
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