El miedo
Tras la celebrada bajada de los tipos de interés por parte del BCE el clima general era de alivio. El Gobierno está empeñado en dejar patente en cada intervención la sensación de principio del fin del infierno. Pero basta una lectura al atículo dominical de Paul Krugman en El País para confirmar algo que intuimos desde hace tiempo. Cada buena noticia tiene su envés. Y no es inocente. La estrategia social del futuro, al menos a medio plazo, pasa por la incertidumbre, cuando no directamente el miedo.
Si no consideramos el sueño (que es la sensación más potente, capaz de ignorar en un momento dado el hambre, el instinto sexual o el pudor más remilgado), el miedo es, sin duda, el sentimiento más fuerte o de consecuencias más esclavizantes. El miedo paraliza. El miedo es la pulsión más conservadora. Porque se basa en la hipótesis de perder algo. Dinero, posición, atribuciones, amor, pareja...o, desde luego, la atroz sensación de perder la vida. Existe también un miedo más progresista. El miedo a que nos ocurra algo como, por ejemplo, el dolor. Por eso, el difícil equilibrio de los dirigentes o miembros del “establishment” en cualquier orden vital, es alimentarnos la esperanza, para que sigamos confiando en ellos, o les votemos, a la vez que inyectarnos el miedo, para aceptar situaciones inaceptables, no reaccionar ante hechos denunciables, o, lo más perverso, hacernos sentirnos priviliegiados por disfrutar de alguna situación humanamente positiva (tener trabajo, disfrutar de tiempo libre, salir a cenar una noche...). Vendernos optimismo, sí. Pero no demasiado, vayamos a querer volver a recuperar mucho de lo perdido (no digamos mejorar). Krugman centra su artículo en por qué desde Alemania se desata ahora el runrún de la deflación para contrarrestar las buenas sensaciones del sur de Europa respecto a las decisiones del BCE. Pero el trasfondo es el equilibrio de Europa para vivir al filo de la navaja. Mantener el euro de manera que al norte de Europa le siga compensando el negocio y al Sur le compense no cerrarlo. Así podríamos trasladarnos a cualquier ámbito de poder: Estados, Comunidades autónomas, Universidades, parejas, Asociaciones y grupúsculos.
El “establishment” también tiene miedo. Por perpetuarse suele orearse poco. Una hemofilia del poder arruina la competencia (hablamos del nivel de competencia personal, no de competitividad, que ese está de muy buena salud) y la adaptación al medio. Y en esas andamos.
¡Ay, el miedo! Es la principal causa de que tengamos menos posibilidades de cambiar lo cambiable. El miedo también es la causa de que hayamos perdido demasiados puntos en el tiempo de descuento.
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