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De entrenadores

Luis Medina

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No hemos llegado al mes de agosto y Pep Guardiola ya ha perdido su primer título, apenas dos meses después de que su antecesor, Heynckes, los ganara todos. Y, claro, la cara de Pep era un poema, y su titular posterior, propio de quien aún sigue poco habituado a la derrota: “Ellos no fueron mucho mejores que nosotros”. No parece muy elegante. Para decir eso, podría haber salido con un más deportivo “Ha sido un partido muy disputado”. La cuestión es que había recibido cuatro goles (perdió 4-2), cosa que le ocurría por segunda vez en su historia de entrenador. Debe ser difícil para los entrenadores estrella acabar un partido importante y tener que dar la mano a ese técnico insolente cuya sonrisa indisimulada se ha convertido en la frescura iconoclasta del fútbol actual de élite. Un personaje a medias entre el “Joker” y el amigo turista que usted conoce en la playa y con el que ve los partidos en el pub alemán de la esquina. Hablamos de Jürgen Klopp. Con sólo dos clubes en su curriculum (y ninguno de ellos de la considerada primera línea del fútbol europeo), guarda la cabellera de Mourinho, Pellegrini o Guardiola, entre otros grandes de la escena. Para ser tan sonado como el portugués, no necesita ser desagradable por sistema y prefiere sonreir a exhibir la conocida mueca de desagrado del luso. Eso sí, es capaz de ser ácido, como cuando, según Le Guardian, dijo “El Bayern se comporta en el fútbol igual que China en la industria. Ven lo que hacen los demás y luego lo copian con otra gente y más dinero. Y entonces te adelantan”.

En relación con Pellegrini, no parece tampoco que el fútbol le demuestre cada día que la vida sea para tanto, como parece desprender la mirada del chileno. Tan brillante como él en la conducción de equipos sin la máxima presión, parece mucho más motivador y bebedor de cerveza. Y más divertido. Por último, su personaje requiere muchas menos páginas y notas al pie que las que precisaría el catalán errante, el gran demiurgo del fútbol de diseño. El filósofo de cabecera en las pesadillas de Ibrahimovic. Tampoco parece empeñado en montar un árbol de navidad en plena temporada estival, como ese hombre tranquilo, Ancelotti, que está sabiendo llevar con discreción el atronador silencio en que parece convertida la vida cotidiana del Madrid tras la marcha del gran villano de esta película. Tampoco, como el Tata Martino, está obligado a adaptar su figura a una sombra y simular que le gusta. O a desdecirse antes de haber empezado a entrenar.

Me gusta Jürgen Klopp. Porque subvierte el orden proponiendo fútbol e intensidad. Porque ha convencido (de momento) a Gündogan y Lewandowski, dos jugadores tan buenos o mejores que las estrellas del mercado de este verano, para continuar junto a él. Porque le ha metido cuatro al proyecto avasallador del Bayern preparado a las finas hierbas de Pep. Porque no le ha dado la gana escuchar los cantos de sirena a su alrededor. Porque parece que se ríe de todo esto y, precisamente por eso, porque parece pasarlo bien. Aporta frescura y me lo paso bien viendo a sus equipos. Es mi apuesta sin la trinchera de una camiseta.

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