La muerte a pellizcos
¿Es el Córdoba un muerto viviente en Segunda División? Lo parece. Sobre el césped se mueve a bandazos, chequeando cada fin de semana una batería de soluciones que no acaban de cuajar. Cambió de entrenador, de estilo, de objetivos y de sistema. Se prevé que dentro de unas semanas cambie de jugadores. Que entren unos y que salgan otros, por lo que se avecinan episodios ásperos. Por una cuestión de lógica y cordura, el tema debe ir a mejor. Más bajo no se puede caer. El equipo está el último -algo que no se sufria en la categoría desde hace más de una década- y se batirá el cobre con los chavales del filial del Sevilla, que la semana pasada ganaron por primera vez en este curso. Eso les sirvió para sobrepasar en la tabla al deprimente equipo blanquiverde. El dato -entre otros muchos que los amantes del sadismo futbolero pueden rastrear en el histórico de estadísticas- retrata con cruda fidelidad la magnitud de la tragedia.
Hay quien dice que al Cordoba le están dejando a la deriva, que el negocio está agotado. Mientras todo se cae a pedazos, nadie parece prestar mucha atención. Incluso circula ya por ahí una teoría que apunta que a lo mejor un descenso no es tan malo. La gestión de Carlos González -y el papel de sus sostenes en cada momento del último lustro, según interesara- ha derivado en esto. La generación más joven de seguidores nunca ha visto nada igual. La decepción es brutal y la división entre distintas facciones, germinada en una tendencia infantiloide al conflicto y regada a conveniencia por el club, ha traído como resultado la despoblacion de la grada de El Arcangel. La última entrada fue la peor desde el descenso de Primera. Un tercio de los abonados se quedó en casa. Las protestas suenan a rutina. El himno a capella parece la plegaria del que van a ajusticiar. Luego llegan el runrún, el minuto 54, los chiflidos con dedicatoria y el desfile final hacia los vomitorios disfrazando el dolor de indiferencia. Es lo que hay.
¿Se puede salir de esta? Hay tiempo por delante -aunque el paso de los días en un mal equipo no le hace madurar sino pudrirse- y, se supone, un plan de choque para revertir al tendencia en la que va camino de convertirse, si no se actúa con pericia y decisión, en la peor temporada de todos los tiempos en el Córdoba CF. Cada cual desde su posición tendrá que honrar la profesión -si es que es profesional- o sacar a relucir la vena más práctica de su sentimiento para empujar por una causa de fuerza mayor: la supervivencia del Córdoba. Situaciones críticas, auténticamente imposibles, sirvieron en el pasado para reforzar la cohesión del cordobesismo. Ahí hay que recurrir a la temporada referencial, la 2004-05, la del Cincuentenariazo. El equipo hizo 12 puntos en la primera vuelta. Jamás en la historia logró nadie salvarse con esa cifra a esas alturas. Luchó hasta la penúltima y sumó 34 puntos en la segunda mitad de un campeonato que terminó con el campo lleno, la afición conmovida y un puñado de héroes forjados en la desgracia entre los que sobresalieron dos: Alessandro Pierini y Pablo Villa. No parece probable que ese estado de enajenación colectiva se repita ahora.
Ese es “el otro descenso”, el sentimental, que ya se está pagando porque es el principio de todo.
Van catorce jornadas. Diez derrotas. “Tenemos que salir en Sevilla a ganar y a decir: Joder, estamos vivos”. Lo expresó esta semana Carlos Caballero, uno de los capitanes y el jugador que más tiempo lleva de servicio en el club, al que llegó en verano del 2011. Formó parte -junto a López Silva (hoy en el Alcoyano) y Jaime Astrain (modelo de éxito en el campo de la moda masculina)- del primer paquete de fichajes de Carlos González. Lo ha visto todo. Le faltaba algo como lo que está pasando: el desmoronamiento del edificio mientras los arquitectos se esconden.
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