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Echamos de menos el fútbol

Aficionados del Córdoba en el último partido ante el Numancia | TONI BLANCO

Paco Merino

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Los más veteranos llevan años padeciendo con admirable resignación un proceso que parece irreversible. Que el fútbol no es lo que era ya lo sabe todo el mundo. El Córdoba juega en la Liga 123, que el curso pasado fue la Liga Adelante, y en verano aspiraba a regresar a la ex-Liga BBVA, que ahora se llama Liga Santander. Los nostálgicos se resisten y hablan de Primera y Segunda División mascando cada silaba. La única competición que no cambia de nombre es la Segunda B, también conocida como el pozo, el infierno o, más explícitamente, la mierda. Como nadie paga, el nombre se lo ponen los que no cobran. Así se entiende todo. Y en El Arcángel, a falta de doce partidos, se trabaja cada día sintiendo fuerte el insufrible olor del retrete.

El espectáculo es permanente en el Córdoba. No en el campo o, al menos, no como podría entenderse de modo cabal para un seguidor del fútbol centrado en lo deportivo. No hay partidos memorables ni ídolos reconocibles. El vestuario lleva tiempo siendo una pasarela de nombres -la mayor parte olvidables- que acuden cada fin de semana a su cita con la competición para cumplir lo que les exige el contrato y su dignidad profesional. En junio habrá una nueva revolución y el Córdoba se reconstruirá. Ya hay un director de fútbol, el catalán Álex Gómez, con un plan fijado. En cuanto el equipo tenga la permanencia apalabrada -una cuestión básica que aún no se ha resuelto y que parece que va a costar-, el foco se situará en el porvenir. Y habrá “una fuerte inversión en fichajes que marcarán las diferencias”, según se cuenta en unos de esos vídeos promocionales blanquiverdes que sustituirá al tragicómicamente premonitorio “Déjate de pegos”, el eslogan veraniego que ha derivado en un chiste macabro.

El cordobesismo no habla de fútbol. Su equipo ha cambiado con la temporada en marcha de presidente, de director deportivo y de entrenador. Lleva ya treinta futbolistas utilizados en la primera plantilla. Su identidad es difusa. Carece de un estilo propio y emplea el que le permiten las circunstancias, lo que provoca una horrible sensación de improvisación. Lo de la adaptabilidad y la polivalencia suena a milonga cuando se ve lo que se ve en el campo, que es francamente poco. Este último sábado, ante el Numancia, se vivió un episodio capital en ese raro proceso que sigue el cordobesismo con su equipo, al que no reconoce ni en fondo ni en formas.

La salida en los minutos finales de Sebas, un chaval de Villanueva del Duque, se convirtió en un acontecimiento. El equipo tiró una sola vez entre los tres palos y fue a falta de diez minutos. Ver a los blanquiverdes sometidos por el mediocre conjunto soriano despertó incómodas preguntas en el graderío. Hubo polémica por la retirada de un bombo del grupo de animación Incondicionales -que tras el partido anunciaron una huelga de animación indefinida-, se cantaron los goles del Real Madrid en San Mamés, se siguió la reciente tradición de la pañolada en el minuto 54 y en la retirada del equipo hubo indiferencia. El desapego es evidente.

El club actúa de una manera rara. Busca la captación de público con estrategias de marketing mientras espanta a sus aficionados. Sus directivos visitan a peñas nuevas y, al tiempo, la entidad veta a abonados de muchos años por mostrarse críticos en las redes sociales. El Córdoba ha vivido muchos epìsodios complicados en su historia, pero pocas veces lo ha hecho tan de espaldas a su verdadera razón de ser. Hay pocos clubes que puedan decir que su jugador más conocido fuera de sus fronteras sea el número doce. Y ninguno con la trayectoria deportiva del Córdoba. Por eso resulta tan inconcebible que quienes dirigen a día de hoy este negocio se empeñen en golpear a quienes lo sostienen. Igual es que el Córdoba está siendo pionero -igual que cuando repartió dividendos- en uno de los capítulos finales del proceso de construcción del fútbol moderno: la mutación del hincha en cliente, en consumidor poco exigente de un producto barato y adictivo porque siempre le mantendrá agarrado por los sentidos, entretenido en el ejercicio de la indignación y con la cabeza como un bombo.

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