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Para Córdoba, Nuestra Señora de los Dolores

Rafael Ávalos

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La imagen recorrió este sábado, en que se cumplieron 50 años de su coronación canónica, la ciudad | Regresó a San Jacinto desde la Mezquita-Catedral al calor de la devoción popular

La ciudad luce igual que siempre, aunque de manera diferente, especial. Tiene el brillo de sus mañanas de mayo, el que a perpetuidad guarda para sí y ofrece a los demás. Y sin embargo despierta más radiante, con otro aire. El aroma de las grandes ocasiones, ésas que bien se sabe dejarán huella indeleble en el espíritu del propio y del extraño, impregna cada rincón. Un simple paseo por Córdoba, cuando el sol es compañero de trayecto, permite saber el significado de lo que está por venir, de lo que se espera con deseo. Banderas colgadas en balcones, de un lado a otro de la calle, dibujan un camino de sentimiento. “Señora de Córdoba”, “Madre de los cordobeses”, “Reina de los servitas” u “Orgullo de nuestra ciudad”, son algunos de los lemas que presentan a la vista del viandante, que reconoce ante sí el inicio de una jornada histórica. Una jornada como aquella que tuviera lugar un día como éste medio siglo atrás.

Avanzado el día, cuando la tarde comienza a caer, el Patio de los Naranjos empieza a ser el centro de numerosas almas y un solo corazón. Centenares de cordobeses, así como personas de otros lugares, buscan su lugar en un escenario que en estas fechas goza de un color más vivo. Si bien nunca perece la fresca belleza y calma en este espacio. En el interior de la Mezquita-Catedral, da inicio, entonces sí, de la celebración esperada. A las 19:30, comienza el solemne pontifical por el cincuentenario de la coronación canónica de Nuestra Señora de los Dolores, un 9 de mayo como éste pero de 1965, que oficia el Obispo de Córdoba, Demetrio Fernández. La imagen que tallara Juan Prieto, vestida como en esa mañana de hace 50 años, aguarda el momento en el que de nuevo recorrerá las calles de la ciudad. Una ciudad que más que preparada, está deseosa por volver al encuentro de su Señora, como reza alguna de esas banderas que cuelgan de un par de balcones.

Poco a poco toma el relevo la noche. Comienza a oscurecer el azul del cielo cordobés. Azul como el manto de las palomas, que luce la Virgen de los Dolores y que tendrán oportunidad de observar de cerca todos cuantos se congregan, ya no sólo en el Patio de los Naranjos, sino también más allá de sus muros. Un cada vez mayor gentío riega de devoción las calles más próximas a la Mezquita-Catedral. Unos minutos por encima de las nueve de la noche, algo después de la hora fijada para el inicio de un recorrido marcado por el sentimiento, la cruz de guía de la hermandad de los Dolores advierte de que la gloriosa procesión empieza. Siguen sus pasos representantes de otras muchas cofradías, ya fueren de la capital, la provincia o de otros lugares superados sus límites. Es extensa la comitiva que precede a la Señora de Córdoba, que se hace presente ante todos cuantos aguardan el instante unos minutos después de las nueve y media.

La noche es ya una realidad, como lo fuera en su día la mañana. Majestuosa recorre el Patio de los Naranjos, entre una multitud que aplaude, Nuestra Señora de los Dolores. Viste igual que aquel 9 de mayo de 1965, que tiene su continuación en este de 2015. Cincuenta años coronada cumple la imagen. La conmemoración de tan señalado acontecimiento, dentro de un Año Jubilar concedido con dicho motivo, llega a su momento de plenitud. La Señora de Córdoba sale en procesión extraordinaria de la Mezquita-Catedral para regresar a la iglesia hospital de San Jacinto en compañía de quienes la veneran, al calor de la devoción popular. En el trayecto hasta su sede, los sones son de la Banda de Música Nuestra Señora de la Estrella, junto a la que marcha también una representación de su hermana Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Redención. De la Huerta de la Reina al primer templo, del primer templo a la plaza que preside el Cristo de los Faroles. Es ya en la madrugada del domingo cuando la Virgen de los Dolores, en una noche histórica, retorna a Capuchinos. El rastro de lo vivido, más que como reflejo pasado es memoria para el futuro.

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