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Virtud teologal

Víctor Molino

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La Iglesia Católica ha dado un ejemplo de eficacia difícilmente superable. Se crea o no en la doctrina que la misma promulga desde hace más de dos mil años, nadie puede obviar un hecho sumamente importante.

En apenas dos días, ciento quince electores más los cardenales asignados mayores de ochenta años han resuelto uno de los problemas más relevantes de su historia reciente. La elección del nuevo Papa, por la rapidez con la que se ha efectuado manda un mensaje al planeta que depende de una acción desprevenida y de algo más.

La Iglesia ha explicado en apenas cuarenta y ocho horas cómo se tienen que tratar los asuntos realmente enrevesados. El hecho de que gentes procedentes de todos los rincones del planeta donde cabe la presencia del catolicismo se hayan puesto de acuerdo en tan corto período de tiempo dice mucho de esta organización.

Precisamente, porque, se crea o no en su doctrina, la Iglesia está sumamente organizada. Dejando a un lado el Evangelio y profundizando únicamente en las bases estructurales que la componen, parece lógico pensar que los cristinos deben estar sumamente satisfechos por cómo se han sucedido los hechos.

Con una manera de actuar sustentada en la sobriedad, un protocolo desarrollado de manera incuestionable, sin errores de comunicación, con unas formas exquisitas y bien cuidadas hasta el último detalle, y sin filtraciones, la Humanidad ha recibido al unísono una de las noticias con más impacto planetario.

Todo un ejemplo de cómo ser resolutivos, sin duda. En dicho proceso, concluido con la elección contrapronóstico del argentino Jorge Mario Bergoglio, ahora ya Papa 266 de la Iglesia y sucesor de Benedicto XVI, ha habido un factor clave y determinante.

Se trata del factor sorpresa que, a su vez, depende de algo trascendental. Hasta la celebración del cónclave, se barajaban los nombres de Scola, Scherer y, en menor medida, al canadiense Marc Ouellet. Una vez iniciado el mismo, los augurios se desvanecieron.

El cardenal francés y presidente de la conferencia episcopal del país galo, André Vingt-Trois, en declaraciones públicas, dejó entrever tras la elección que el consenso por el argentino se fraguó “a medida que se iban sumando los votos”.

Puestos a meditar, que esto sucediera así puede resultar para algunos una consecuencia de la casualidad circunstancial de dicho evento. Pero en realidad no lo es. Los cristianos se amparan en la Fe para dar explicaciones a cuantas preguntas morales se les plantean.

Es la propia Fe la que les ayuda a entender el significado de la vida pese a que se pueda poner en duda objetivamente parte de su doctrina. Es la Fe la que hace que cuando las coyunturas son desfavorables, se tenga pleno convencimiento de que se puede salir de ellas. Es la Fe la que ha, una vez más para ellos, ha dado una respuesta.

Dicha creencia, tan rebatible como consoladora, ha hecho posible que el cónclave haya sido un éxito para los cristianos. La Iglesia y el futuro de la misma fundamentan su razón de ser en esta primera virtud teologal. La misma resulta increíble para algunos, pero real para otros. Por algo será.

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