Último mensaje: aquí la tierra
¿A quién, que la haya escuchado, no le gusta la canción de David Bowie sobre el astronauta que flota en el espacio contemplando nuestro planeta azul?... Cierto es que la composición es conmovedoramente bella y evocadora, aunque también lo es que una buena parte de su encanto reside en el tema que trata: el ser humano frente a la inmensidad del espacio, frente a ese planeta que, desde la distancia, parece tan pequeño como hermoso, tan lleno de vida como frágil, tan conocido y misterioso a la vez.
Los enigmas que se ocultan en las profundidades de ese océano cósmico por el que navegamos a la deriva, las respuestas que podría ofrecernos a esas eternas preguntas que no renunciamos a formular, y el deseo de ir siempre más allá del infranqueable horizonte que nos delimita, son estímulos pseudomísticos que siempre cautivaron al ser humano y la razón
por la que, cada vez que eleva su mirada al cielo, queda preso de una comprensible fascinación.
Sin embargo, hay algo en esa fascinación que, dado los tiempos que corren, comienza a preocuparme. Cada vez hay más documentales que divulgan los últimos logros conseguidos en el conocimiento del espacio exterior, especulando con la posibilidad de establecer algunas colonias de seres humanos fuera de nuestro planeta. Cada vez hay más películas de ficción que narran epopéyicas
conquistas de otros mundos. Cada vez, en definitiva, parecemos más interesados en indagar las posibilidades que puede ofrecernos el, vertiginoso a la vez que atrayente, espacio exterior, como tabla de salvación. Cuestión que, en principio, es comprensible. Lo que está alarmándome es la naturalidad con que,
en el mundo de la ciencia, de la divulgación o de la ficción, se empieza a dar por sentado las escasas probabilidades de que, en un futuro no muy lejano, podamos seguir subsistiendo en nuestro planeta a causa de la propia acción humana. Una fatalidad que, poco a poco, parece ir calando entre el desánimo y adormecimiento de la propia sociedad. Y de ahí la creciente necesidad de buscar fuera algunos
indicios de lo que aquí aún tenemos en plenitud de exuberancia: ¡vida!
Es cierto que yo mismo quedo cautivado ante los nuevos datos o teorías que especulan sobre la esencia de ese mundo exterior. Pero también lo es que mi perplejidad va en aumento ante algunas preguntas para las que apenas encuentro respuestas: cómo es posible que dediquemos tanta investigación e inversión para intentar encontrar el hipotético rastro de algo
parecido a una primitiva bacteria, en tal o cual luna o planeta, mientras que en el nuestro, el que habitamos, vamos eliminando especies enteras de seres muchos más complejos y evolucionados sin que, en muchos casos, apenas hayan sido estudiados o llegado a conocer; cómo es posible que se celebre como un dato prometedor el hecho de encontrar indicios de la existencia de agua en el subsuelo helado de algunos planetas o lunas, mientras aquí seguimos contaminando nuestros inmensos mares, ríos y lagos, al tiempo que, a causa del cambio climático que hemos activado, desertizamos cada vez más territorios, al tiempo que esquilmamos o vaciamos sus capas freáticas; o cómo es posible que estemos especulando con la posibilidad de instalar comunidades de seres humanos en otros inhóspitos planetas, como tabla de salvación de esta tierra a la que empezamos a considerar con fecha de caducidad.
Aquí tenemos cantidades ingentes de agua en todos sus estados; aquí existe una variedad biológica de la que aún nos queda mucho por observar, aprender y, en muchos casos, imitar; aquí está nuestra casa, construida a nuestra medida y de la de otros muchos seres vivos que la comparten con nosotros; aquí está nuestro pasado y nuestro presente, y debería estar también el futuro de nuestros hijos y generaciones venideras; aquí podemos encontrar todas las respuestas si aprendiésemos a formular las preguntas adecuadas… ¡Aquí está la vida!
Si David Bowie, allá donde se encuentre, tal vez en algún lugar de ese espacio sideral que tanto nos fascina, volviese a escribir una nueva canción a su astronauta, quizás lo haría con la propia
voz de la tierra para decirle, tal vez: “ regresa al planeta azul que te ofrece el milagro de la vida,
cuenta a todo el mundo el inhóspito errar que les espera fuera de él,
háblales de esos mundos tórridos o helados que hallaste, mundos vacíos, de silencio absoluto, y diles que nunca estará a salvo en ningún lugar quien no sabe cuidar la propia casa en la que habita…. Último mensaje: “aquí, la tierra”.
José MoralGonzález. Simpatizante de EQUO
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