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Dos en Groenlandia (2/2)

Sergio-Manuel Tejerina-Campanero

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Cuaderno de bitácora, semana dos. Sí, en Groenlandia. Finalmente, los reporteros de Españoles por el mundo han rechazado nuestra invitación. En su educada misiva aducen ciertos problemas metereológicos y algo sobre un campeonato de volley playa para expatriadas en noseque isla de la Polinesia… Excusas, en el fondo los groenlandiers sabemos que su patrocinador habitual nos ha vetado al enterarse de que aquí no usamos nevera. En consecuencia, iba a ser imposible grabar la clásica escena con el frigorífico lleno de sus embutidos.

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A medio camino entre el rencor y la morriña, decidimos sintonizar una reposición de Destino España. El formato contrario: Extranjeros que viven en España. ¡Y cómo viven!  Tres minutos de la vida de un simpatiquísimo sueco, con las chapetas coloradas, que anda aprendiendo a tocar la guitarra en Jerez, mientras disfruta de una copita de oloroso al solecito, son suficientes. Bendita perspectiva. Muy a menudo es necesario volver a mirar a nuestro alrededor a través de otros ojos para darnos cuenta de todo lo bueno que nos rodea.

Esto es una llamada a la acción: necesito estrellas y limones. Miente a tu hermano mayor, pasa de tus amigos y huyamos al desierto de Almería. Hazte popera y vístete  como una antigua. ¡Ganaremos juntos el mundial! Tú con tus diecinueve, yo a mis casi treinta y tres. Escribamos nuestra historia en servilletas y hagamos juntos el café cien domingos…

Cuando todo acabe, escucharemos música española. Juntos, o por separado. Entre apenas veinte o perdidos entre veinte mil. En la Plaza del Trigo, en el jardín del monasterio de la Cartuja, en Matadero o en la sala Hangar. Son buenos tiempos para la música hecha aquí. Veintipico años más tarde del Medusa de los Planetas; los mismos veintipico de aquel soplo en el corazón de Family. Del viaje a los sueños polares.

El indie ya no es un estilo. Nunca lo fue. Pero jamás lo tuvimos tan claro. La industria tradicional se hunde, sí. Pero aquí y allá surgen nuevos grupos con mucho que decir. La gente cada vez toca mejor. Son tiempos de cambios. De música en directo. Los festivales se llenan y el vinilo ha vuelto para quedarse.

Es difícil vivir de la música. Pero cada vez es más fácil escuchar buena música. Y no es una contradicción. Solo un ajuste.   “¿Hay algo más principal que esto?”  Era el cantante de Perro -una de esas bandas que tienes que escuchar- y lo gritaba frente a ocho mil personas que habíamos cambiado voluntariamente, en pleno puente de agosto, la playa por la música. Nuestra música.

Pony Bravo, León Benavente, Guadalupe Plata, Blam de Lam, Villanueva, las Deers, Kokoshca, Novedades Carminha, Maronda, The Wheel and the hammond…  Nuestro presente. Paisaje de infinitos abedules, de hermosura incomparable.

Escuchar música con la que has crecido, cuando estás metido en tu iglú por la noches, hace que estés

más cerca de tu familia que de Balki Bartokomous.

Esta mañana ha venido un hombre con una pinta similar al primo de Larry, hablando de forma parecida y por un momento estaba escuchando en mi mente “no seas ridículo, primo Larry…” en algún episodio de  “Primos lejanos”.

Esa serie me tenía abducido y a veces cuando me quedo a solas en este desierto de nieve la recuerdo. Ahora soy yo el que se siente como el Sr. Bartokomous. Raro en esta isla a la que voluntariamente el amigo Manu y yo nos hemos venido.  No sé cuánto tiempo nos atará el experimento que aquí nos ha traído; no sé cuánto tiempo tardaremos en demostrar las hipótesis planteadas en nuestra teoría. Espero que no sea demasiado porque la vida rodeado de nieve es muy diferente a la vida soleada que teníamos allí.

Se echa de menos el jamón (ya se terminó el que pudimos traer), los amigos y la familia, pero también nuestras canciones. Cuando me entra la melancolía recuerdo que los domingos por la tarde eran del Level en Antonio Maura, de una heineken fresquita y de los conciertos.  a 300 pesetas. Niños Mutantes, Fila India, Mama Baker, Lagartija Nick, PPM, Malparaiso, La Mato ... Más tarde, los jueves fueron de La Comuna y de sus himnos generacionales escuchados con atención dentro y fuera de la barra. Los viernes y los sábados años después, quedaron para estar bajo tierra, en el Underground, empapándonos de lo último que estaba sonando.

Ahora desde el ártico solo me queda ponerme con la libreta y el lápiz a anotar grupos y canciones nacionales con las que crecí, que sigo descubriendo, que me hacen disfrutar y que nunca pueden faltar en el “walkman” de un verdadero #Groenlandiers.

PD: Fruto de los tiempos muertos que tenemos entre visita y visita a la estación meteorológica he empezado una relación ficticia epistolar con mi adorado Kowalski. Parece ser que Nueva York está revuelto y el reggaeton gana aún más adeptos. Os mantendré informados.

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