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“Si España quiere enorgullecerse de su ciencia, que la financie”

Elena Pérez Nadales

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Desde el despacho que visito en el Centro de Regulación Genómica (CRG) de Barcelona se ve el mar y la arena de la playa de la Barceloneta. Cuatro horas de análisis ininterumpido de secuencias de ADN frente al ordenador no son suficientes para hacerme insensible a la vista perfecta de la ventana pero si para que mi cerebro necesite un respiro. Café no tomo. Una manzanilla quizá, en la cafetería del CRG.

Me acompañan varias personas del grupo de Bioinformática. El tema de conversación no puede ser otro que el futuro incierto de todos nosotros. En mi caso, estoy ahora a la espera de la resolución de la última convocatoria de contratos posdoctorales del subprograma Juan de la Cierva del Ministerio de Ciencia e Innovación. Un comunicado oficial en Marzo ya anunciaba que dicha resolución se iba a  retrasar hasta 6 meses más debido al elevado número de solucitudes, 6.500 para un total de tan sólo 225 contratos. No son datos muy esperanzadores.

Sin la tranferencia de los fondos públicos necesarios (los cuales vienen recortándose desde 2009), los laboratorios de nuestras Universidades empiezan a quedarse sin mano de obra o lo que es aún más lamentable, a estar llenos de gente que tiene que continuar trabajando gratis para finalizar sus tesis y/o para no dejar a medias los trabajos y publicaciones que pueden abrirle las puertas en algún otro país.

Ésta es la gran paradoja. Bastaría con que todos los afectados decidieramos no trabajar un segundo más sin remuneración para colapsar el sistema científico público de nuestro país. Sin embargo, con ello quedaría colapsada también nuestra única opción de encontrar una salida.

Esta semana, mientras una parte de la panda de sinverguenzas que nos gobierna se dedica a mentir y desmentir la corrupción que les salpica o les baña y a hacer demagogia a costa de la tan maleada presunción de inocencia y mientras periódicos como el ABC manipulan descaradamente la información que desfavorece al actual gobierno como si fuéramos todos imbéciles (¿o es que realmente hay una gran proporción de imbéciles en este país que quieren creerse todo lo que se le dice?), las noticias que llegan del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) a través de otros medios son igualmente desesperanzadoras.

El principal organismo científico en España está al borde del cierre desde hace meses a causa de los recortes del gobierno y esta semana los investigadores han recibido atónitos la noticia de que el CSIC ha estado usando los ahorros de los distintos grupos de investigación dentro del Consejo sin su permiso para, literalmente según la carta de la Presidencia “mantener abiertos y operativos los institutos, completar el abono de las nóminas y mantener las infraestructuras de todo el CSIC.”

Se trata de dinero captado por los grupos de investigación del CSIC en concursos públicos de la Unión Europea, ahorrado para asegurar la viabilidad de la investigación y que ahora se ha esfumado. La Presidencia del CSIC ha asegurado al gobierno que hacen falta 50 millones de euros para evitar el cierre. Sin embargo, sorprendentemente, la secretaria de Estado de Investigación, Carmen Vela, declaraba hace tres días que “estamos lejos de una situación catastrófica en el CSIC”.

Con todo esto, la mayoría de los investigadores de nuestro país nos vamos haciendo a la idea de que vamos a tener que irnos con nuestros cerebros a otra parte. A su vez, al otro lado de los Pirineos y del Atlántico se escuchan, cada vez más fuertes y más indignadas, las voces de los que ya lo hicieron, de los que hoy llevan años haciendo ciencia fuera de España.

Es el caso de Purificación López García, directora de investigación del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) en Francia. Hace 2 semanas envió una carta a El País cuya lectura recomiendo a todo el mundo. La Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), un organismo público constituido para incentivar y dar difusión a la ciencia y la innovación de nuestro país, se había puesto en contacto con ella unos días antes para invitarla a “poner en valor la ciencia española que se hace más allá de nuestras fronteras”.

La Dra. López García denunciaba en su comunicado “la indiferencia y la ligereza con que se trata a la ciencia en ese país (España)” y los “niveles muy peligrosos de inanición que pueden llevar al colapso completo a los sistemas educativo y de investigación”. Y declaraba que de ninguna de las maneras, y menos aún con la excusa de la crisis, estaba dispuesta a hacer “lícito el intento por parte de las autoridades españolas de apropiarse del trabajo que hacemos los españoles en el extranjero”.

“La investigación que yo hago”- concluía en su carta- “es internacional, pero si tuviera que ser de alguien, sería francesa y europea, pues son instituciones francesas y europeas, pero no españolas, quienes la hacen posible. La ciencia que hacemos los cerebros fugados ya no pertenece a España. Si España quiere enorgullecerse de su ciencia, que la financie.”

Es lo mínimo que nos queda, empezar a llamar a las cosas por su nombre. Sin miedo, sin complejos, por honradez, por respeto. Llamar a las cosas por su nombre para dejar de hacerle el juego a los demagogos, a los corruptos, a los mentirosos. Llamar a las cosas por su nombre para evitar boicotearnos a nosotros mismos en este mar de demagogia y falta de dignidad.

 

 

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