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Qué pena

Juan José Fernández Palomo

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Yo escribí una vez, no hace mucho tiempo, que la Europa del siglo XXI sería la Europa de las ciudades, de sus habitantes, de sus ciudadanos. Yo escribí eso hace no mucho tiempo porque yo escribía a sueldo o por encargo y yo me sentía bien (feeling good, fine). No viene a cuento ahora por qué yo escribía a sueldo o por encargo.

Yo creía en Europa.

Era un concepto funky, vacilón e integrador. Qué pena, bendito cristo, qué pena. Y creía en sus orillas permeables y generosas. Creí en eso tan volátil que llaman “Esperanza” y fijé la metáfora de un puñado de arena que te llevas a la boca. Y eso era la meta, no el viaje.

Una mierda.

Releo “El Gran Mar”, de David Abulafia, una historia humana del Mediterráneo, en la que dice que quiso “escribir una historia de la gente que vivía en sus costas, mojaba los pies en sus aguas y lo navegaban”. Dice hoy –con la boca pequeña- Abulafia, catedrático en Cambridge, de apellido sefardí y migrante, que el centro de gravedad política y económica de Europa ha dejado de ser el Mediterráneo “y ha pasado más al norte, a Bruselas y Frankfurt. El Mediterráneo se ha vuelto irrelevante. El Mediterráneo está en estado de desintegración”.

En mi cabeza se repite “el mediterráneo se ha vuelto irrelevante el mediterráneo se ha vuelto irrelevante el mediterráneo se ha vuelto irrelevante” y yo aún con vida.

Las palomas agonizan en el asfalto y las ramas secas del olivo se desprenden de sus picos qué lástima dios qué lástima qué lástima federico qué pena alberti, kavafis, homero qué lástima la playa.

Europa: eres un fraude. Eres mala. No te quiero.

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