Estoy con mi amiga Meryl en la cruz de mayo de la Plaza del Bailío. Ha venido a verme y la estoy invitando a esta fiesta popular.
Oye, esto de los vasos y los platos de plástico es un poco raro ¿no?, dice mi amiga guiri. Aunque el ambiente es gracioso; la gente está muy guapa, hace calor.
Sí, Meryl, hace mucho calor. Ten cuidado al bajar la escalera del Bailío, aquí han habido muchos accidentes, con los tacones y tal, sobre todo por estas fechas.
No te preocupes, yo casi siempre llevo zapato plano, si te fijas.
Es cierto. Llevas zapatillas sin tacón en “Los Puentes de Madison”, en la granja y alrededores. También vas descalza en el porche. Y haciendo de Margaret Thatcher tampoco había tacón, porque la dama de hierro era de zapato plano. O de “medio tacón”, si acaso, o de salón o cómo se diga eso.
Oye, Meryl, me gustaste muchísimo en El cazador (“The deer hunter”). Eras Penélope en las afueras de Pittsburgh, Pennsylvania, esperando a que Ulises llegase de Vietnam.
Sí. Triste, pero guapo aquello. Parece que aún estoy vestida de novia.
“La Duda”, tía. Eso sí que fue un bastinazo. Eras muy mala y tenías un pasado...
Tenía la carga de la culpa que es más pesada que una capa o que un hábito de monja. Es la cruz de todas las cruces.
Pues estamos de “cruces” en la ciudad.
Sí, ya veo. Están forradas de “flor cortada”, gran invento.
Creo que mi oficio de actriz está relacionado con el negocio de la flor cortada. Por ejemplo, en “Kramer contra Kramer” o en aquella de Woody Allen donde soy madre y lesbiana. Soy una flor cortada. Cambiada de sitio.
Te han dado el Premio Princesa de Asturias de las Artes, vendrás a Asturias y comerás bien.
Pues sí; parece un premio chulo. Me quiero ir a casa y quitarme los zapatos.
Bajamos la Cuesta del Bailío y cogimos un taxi. El conductor no nos reconoció por el retrovisor. No tenía por qué hacerlo.
Meryl Streep llegó a casa y se sacó sus zapatos planos con un suspiro. Tiene unos pies preciosos. Le di una toalla y le enseñé su habitación. Buenas noches, señora. Buenas noches, señor.
Oye, Meryl, le dije antes de despedirnos, ¿has estado alguna vez en un cine de verano?
Pues no; sí estuve de joven varias veces en un “Drive-in Cinema”, un autocine de Coney Island donde iba con mi novio John Cazale a meternos mano. No recuerdo las películas, estábamos a otra cosa.
Pero me han dicho que en los cines de verano estos de tu ciudad hay jazmines en flor.
Sí, Meryl, y damas de noche. Y también gatos cimarrones de andares mesurados y miradas nobles que se rozan con la cal de las paredes.
Todos se llaman Martín, por cierto.
Ah, qué cosas…
Pues sí; las cosas.
Meryl es mi amiga.
No todo el mundo puede decir eso.
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