Memoria de pez global
Las madres del mundo tienen un poder mágico bastante increíble: ya han visto todas las películas que ponen en la tele. Antes incluso de que fuesen rodadas.
Puede que esté generalizando en exceso, pero casi todas las que conozco apenas tardan un minuto de telefilme o peliculón (gracioso este término con el que no acabo de coincidir con las grandes cadenas de televisión, fíjate) para soltar su sentencia: “esta ya la he visto”.
Vale, está claro que hay determinadas producciones que nos cuelan tantas veces les permita la ley (si es que hay alguna que defienda a los ciudadanos ante tal abuso de poder) y que es casi imposible no haber visto (venga, en serio, contabilicemos cuántas veces al año ponen 'A propósito de Henry' o 'Mientras dormías'... ¡basta! Digo no a Sandra Bullock), pero es este súper poder madril sobrepasa fronteras insospechadas.
Lo que más me alucina de esta capacidad de almacenaje cerebral de cientos de películas es que, francamente, para haberlas “visto” bien que preguntan sin cesar “qué ha pasado” o “éste quién es”. Dos de las preguntas que más he escuchado durante mi infancia como tele-adicta por boca de mi señora madre.
No se me ocurre poner en duda el visionado previo de estas películas, que conste, pero me da que pensar en la capacidad que tienen muchas personas para recordar cosas. Cómo moláis.
Quizás influya que tengo una memoria nefasta (de hecho me quedo corta con el adjetivo porque verdaderamente debería empezar a plantearme que carezco de ella) que tan sólo retiene absurdeces descontextualizadas. Olvido (Gara) a lo loco y apenas retengo informaciones y detalles absurdos como la canción del Tragabolas.
Por suerte no soy la única. En general, vivimos en una era desmemoralizada. Sí, una inventada de palabra pero no me preocupa, sé que se os va a olvidar.
Claros ejemplos de esta memoria de pez global son momentos cotidianos como tratar de saber qué hora es para olvidarlo a los dos segundos (en muchas ocasiones debido a que sacamos el reloj pero ¡eh genial! No miramos la hora) o cuando te encuentras a ti mismo en una habitación sin tener la más remota idea de para qué has ido allí (situación que igualmente se repite en la escena virtual cuando uno se expone a veinte ventanas del navegador cuyos contenidos caen en el olvido y la inutilidad a medida que se van abriendo nuevos).
Al problemón de la memoria cortoplacista se une la poca capacidad de prestar atención a las respuestas. Ocurre que preguntamos constantemente las mismas cosas a las mismas personas (gracias por no odiarme ni agredirme en el día a día, os quiero) porque o bien no recordamos que ya lo hemos preguntado (primer fail) o porque no hemos sido capaces de escuchar la respuesta (¿quizás estabas ya pensando en la siguiente pregunta o en qué anécdota quieres contar? Amigooo).
Por seguir con el hilo de las madres, hay otro gran clásico está el clásico: “mañana qué comemos”. ¿Cuántas veces hay que contestar a eso? Madres del mundo, por dios, apuntadlo. No sé vosotros pero en mi caso esa frase podía sonar en intervalos de diez minutos durante un par de horas casi a diario. Uno llega a enfurecerse y pensar qué ha hecho mal en la vida para no conseguir que sus padres tomen sus propias decisiones sin necesidad de referéndum familiar. Con los años, y tras el tercer día consecutivo comiendo pasta, ansías hablar con tu yo niño y suplicarle que eche una mano a esa gente. Menús, creo que la clave está en apuntar las propuestas, así, a modo de detalle.
Y una vez eres consciente de que todo esto te pasa y lo genial que sería ponerle solución, igual has olvidado de qué estábamos hablando. Bravo.
https://play.spotify.com/track/4atFMeZ5SPPVvrWbkG520l
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