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Lo de siempre

Alba Ramos

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Mi madre siempre ha llamado jefe al personal que le atiende en cualquier sitio. Ya fuese para pagar una caña de chocolate o una de cebada bien fresquita (acompañada de miradas de odio si en el barril no disponen de la que le gusta, ole), ella siempre dice “¿qué le debo jefe?”.

Esto, que a día de hoy me parece de lo más majo (porque dentro de esa carilla de mala hostia todos sabemos que hay un ser enternecedor querida mamá) me desconcertaba muchísimo en mi infancia. No entendía si esa mujer estaba ultrapluriempleada o que los jefes de todo eran aquellas personas que nos daban cosas de comer y de beber. Y en el fondo es bastante así.

Realmente no sé si se trata de algo educacional o va en cuestión de gustos personales (a menudo me decanto por entenderlo como un comportamiento intrínseco a la vida humana) pero a mí me chiflan los bares. Me vuelven loca.

Hay cosas que sólo ocurren en y con ellos (asumamos de una vez que son casi como parte de la vida de uno, no meros locales maldita sea). No siempre cosas buenas, está claro, pero muchas veces tan fantásticas como sentirte casi casi como en casa. Será que soy muy quemabares quemabares(que también) pero hay algunos sitios a los que acudes adoptando el modo adulto de quedar con tus amigos en la plaza “para jugar”.

Uno sabe que se va haciendo mayor cuando lo de quedarse en las calles sin parar en una terraza, cafetería o barra es algo casi inconcebible. Claro que también uno sabe que quizás se le ha ido de la manos cuando entra en un bar y sin pedir le ponen “lo de siempre”.

O no.

En el fondo es un alago, una mirada de complicidad. Un detalle que otras muchas personas desconocen de ti y que hey! Ese señor o señora sabe lo que quieres. Algo mágico en una era en que apenas nadie lo sabe. Gracias caris.

Los bares son muy geniales. Da casi igual donde vivas, te mudes, vacacionées (ya, ya, me he inventado la palabra pero, oye, ni tan mal) que siempre habrá un bar en el que te sientas como en tu ciudad.

Cuidado. No deriva de algo bello. Hay un truco comercial que consigue este efecto: el ranking nacional de nombres de bares.

Elevados porcentajes (buf, qué ganas de inventármelo) de locales hosteleros coinciden en su nombre y esto hace que uno inconscientemente piense que está en un sitio conocido. Pero no. Así a bote pronto me vienen a la mente bares Alegria, José, Manhattan, A miña cualquiercosa, el 89, el 50 (o el que coincida con su número real de numeración en la calle ¿acaso no es fantástico?), el Teide... Por dios, hagamos memoria colectiva y saquemos de una vez a la luz que ¡existen apenas doscientos dieciocho nombres de bares que se repiten sin cesar!

Claro que cada bar tiene su estilo y los amamos o detestamos por pequeñas o grandes cosas. Por ejemplo, las tapas. Hay gente más fanática del picote masivo de grandes boles dispuestos para que cojan quienes gusten las cantidades que les parezcan procedentes, y otros muchos que en su sano juicio de razón exigen su ración de aceitunas o mix de manises con sus coetáneos (en serio, basta ya de garbanzos) no manoseada por gentes desconocidas o, peor, parroquianos más que conocidos de cuyos nombres mejor no acordarse.

Luego en el norte también está la modalidad pintxos que básicamente se basa en poner alimentos y cosas chachis y de colorines en plan equilibrismo sobre un panecillo y dejar que la peña se acerque hasta límites insospechados para escoger cuál quieren. Y por qué no, toquetearlos y medio toser sobre ellos.

Si señor, los bares nos hace inmunes.

Y es que hay infinidad de cosas que hacen que los bares sean absolutamente maravillosos para algunos y deleznables para otros. En mi opinión el servicio perfecto existe: aquellos que son majos sin aturdir ni entrometerse en exceso.

Con servicio me refiero a los trabajadores y trabajadoras, porque a lo que es el servicio entendido como retrete... Francamente no sé si existe el culmen. Aún no le he visto y de verdad que he visto cosas que vosotros no creeríais (Naves de ataque en llamas más allá de Orión y tal, el asco y el miedo).

Soy de bares manolo aunque he de admitir que algunos de estos antros deberían controlar los olores. En esta modalidad hay dos opciones de hedor: fritanga o cloaca. Incluso en algunos puedes llegar a pensar que un paisano ha muerto en el baño (hace meses).

Desde hace más de una década también hay muchos que se vuelven muy locos con los de inciensos o con los olores a piruleta. Francamente, desconfío. ¿Qué otro olor están ustedes tratando de ocultarnos? ¡Confiesen! (arg, mejor no).

Y podría seguir y seguir sin nunca dejar pasar por alto lo importante de sus banquetas, las tipografías de sus carteles, la decoración si la hubiera o hubiese, la grasa acumulada o no en sus barras, o cómo son precisamente esas barras (materiales, formas, detalles...) y fundamental: ¿cuentan o no con colgadores?

En realidad, qué más da. Lo que uno busca o encuentra en un bar tienden a ser risas, compañía, confesiones... y por que no, amistad o lo que surja.

No hay como el calor del amor en un bar.

http://www.youtube.com/watch?v=gidwPLGbPDY

NOTA A MIS PADRES: No os preocupéis al leer esto: en todos y cada uno de estos locales servían Mahou. Os quiere: Alba.

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