Cordobés como el pego, nací en plena Guerra Fría y crecí durante la Paz Caliente. En 1985 vine al mundo un día después de San Valentín. Fue un mal presagio pues el amor poco me ha querido. Quizá fue porque llegué tarde. De pequeño jugaba a ser periodista y de mayor sigo con la tontería. Ahora paso también el tiempo confundido: me consideran millennial y a la vez, viejuno. Me gusta todo lo que a cualquier individuo de un siglo anterior al XXI. Desde hace unos años me soportan en CORDÓPOLIS y a partir de este momento aparezco por aquí sin saber muy bien qué contar. Por cierto, me hago llamar Rafa Ávalos y mi única idea es escribir lo que me salga del… alma.
La historia de Mengano, periodista encerrado en el mundo
Comienza un nuevo día para él. Igual que todos los demás pero también distinto. Sabe que la rutina, que cada vez desprecia más, siempre lo es aunque con matices en cada ocasión. Mengano está cansado antes de encender el ordenador. E incluso, antes de desayunar. Aun así, lo primero que hace, mientras alivia el estómago en el váter, que es el único trono del que va a disfrutar en su vida, revisa el móvil. Ya tiene incontables mensajes de WhatsApp, como si viniera el Apocalipsis y todos necesiten avisar. Mira Twitter, de gran funcionalidad pero reflejo de una sociedad disfuncional. Lleva media hora en planta y ya desea volver al horizontal de la cama. Protesta en la soledad de su cuarto de baño. Todavía tiene que repasar el correo electrónico. Hastiado, establece el esquema mental de lo que tiene por delante y cruza los dedos hasta que crujen para que nada cause variaciones. “Bah, es tontería”, se convence.
Mengano arranca la jornada con resignación. Durante las horas siguientes, que son todas las habidas hasta la noche, es capaz de experimentar cambios emocionales en forma de dientes de sierra en una gráfica. Tan pronto tiene apetencia por las bromas, con ironía por supuesto, como encoleriza peligrosamente. A veces cree que, además de sufrir de una fragilidad mental digna de estudio, es bipolar. Nadie puede pasar de la simpatía a la apatía, de ahí a la falta de empatía y cerrar con asquerosa antipatía. Lo cierto es que prefiere no perder el tiempo en reflexionar, demasiado tiene con hurtar segundos al reloj para respirar. Cada pulsación a una tecla es el martillazo al clavo en una muñeca dentro de su particular crucifixión.
A Mengano le asaltan demasiado las dudas últimamente. Es periodista por vocación, y por la Universidad de tal y cual. Jodido diploma firmado por el monarca, que no sirve para nada en realidad. Cualquiera facultado para juntar letras puede trabajar en este oficio. Que ese otro las coloque correctamente, ya es asunto diferente. Muchos años después de iniciar su camino con una ilusión desbordante entiende que de aquello no le queda nada. Quizá la palabra exacta sea equivocación, que curiosamente contiene la palabra propia del romanticismo inocente. Ya perdido, claro está. Tiene el escroto inflamado, no literalmente. Vaya, que está hasta las pelotas -que es más sencillo-. Y se pregunta qué hace él en un sitio como ése; qué hizo mal para acabar en la tortura continuada, que es su sensación.
El periodismo que soñó y conoció no era esto, una enorme jungla plagada de bestias voraces.
Está harto Mengano. El periodismo que soñó y conoció no era esto, una enorme jungla plagada de bestias voraces y casi irracionales; una selva donde imperan los instintos más primarios, e indecorosos en muchas ocasiones. No soporta la percepción dentro de la profesión de que las redes sociales son la fuente principal. Mucho menos que las consideren un medio de comunicación, el más grande de todos. Hearst habría gozado como un puerco en una charca en este tiempo. Tampoco aguanta a los que hacen de la nada una noticia, y así rebajan la importancia de las reales. O a los que acuden a la titulación con fuegos de artificio, aunque luego cuenten lo mismo que todos o menos. Ni a los que necesitan un protagonismo constante, enfermos en verdad de galopante egocentrismo. No puede con los que utilizan el trabajo de otros para hacer el suyo sin siquiera citar. Como menos todavía con quienes directamente plagian.
Le enervan los que viven el falso exclusivismo, que en su mayoría están habituados a recibir encomiendas en forma de informaciones privilegiadas. De sus casillas le sacan, por cierto, quienes desde el otro lado aparentan ecuanimidad y manejan a su antojo no sólo las agendas de unos cuantos sino las de todos. Odia el juego en que hay cartas marcadas, en definitiva. Le desesperan y entristecen los que confunden competencia con rivalidad desleal, los que basan su día a día en estar por encima del resto mucho más que pensar en su propia labor -en cómo hacerla de la mejor manera posible-. Y le atormentan las habladurías de barrio bajo, de cola en el colmado o diálogo mareado entre cervezas en un bar, casi siempre destinadas, aunque sibilinamente, a ensuciar la imagen de compañeros. Bueno, para la casi totalidad son sólo supuestos colegas. Le producen arcadas aquellos que hacen de su capa un sayo a través de la manipulación y mucho más del morbo. Estos le enfadan además. Desprecia, por encima de todo, la obligación de verse obligado a no tener horas para sí: el periodista, para el resto de la Humanidad, es un robot cuyo único cometido vital es estar operativo sin descanso.
Pero no le faltan motivos de indignación con quienes, desde fuera, creen que el oficio lo puede realizar hasta un mandril. Los que desconocen el significado de verbos como contrastar y entienden que el más simple rumor es material relevante y veraz. Los que confunden información y opinión, que además pretenden la ausencia de derecho para la expresión de las ideas propias antes, durante y después de contar y nada más. Los que no leen ni escuchan pero todo lo saben, lo que les permite insultar sin una mínima contemplación. Y los que creen que los medios sólo están para decirles lo que quieren o desean, los que aspiran a que les narren la realidad a su parecer personal.
Sueña con dejarlo todo, con vivir y sentir que vive, pero está encerrado en el mundo.
Mengano está agotado y sueña con dejarlo todo; con decir adiós y marchar a un lugar tranquilo, donde los hombres y las mujeres sean eso, hombres y mujeres; con vivir y sentir que vive. Sin embargo, no tiene escapatoria. Está encerrado en el mundo. La existencia, la que él sin saberlo eligió, es su celda. Y la sociedad es su intransigente carcelero. Anhela huir de todo, pero se sabe preso. A fin de cuentas, todos tienen que trabajar para cobrar, cobrar para tener cuatro paredes y no el bajo de un puente; para tener un trozo de pan que llevarse a la boca. Porque la inanición mata. Crece con ello su angustia. Reflexiona mucho pero ahí sigue, dale que dale con esa cotidianidad que cada vez más observa como un pozo en que no termina la caída. Qué remedio.
Sobre este blog
Cordobés como el pego, nací en plena Guerra Fría y crecí durante la Paz Caliente. En 1985 vine al mundo un día después de San Valentín. Fue un mal presagio pues el amor poco me ha querido. Quizá fue porque llegué tarde. De pequeño jugaba a ser periodista y de mayor sigo con la tontería. Ahora paso también el tiempo confundido: me consideran millennial y a la vez, viejuno. Me gusta todo lo que a cualquier individuo de un siglo anterior al XXI. Desde hace unos años me soportan en CORDÓPOLIS y a partir de este momento aparezco por aquí sin saber muy bien qué contar. Por cierto, me hago llamar Rafa Ávalos y mi única idea es escribir lo que me salga del… alma.
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