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Sobre este blog

Cordobés como el pego, nací en plena Guerra Fría y crecí durante la Paz Caliente. En 1985 vine al mundo un día después de San Valentín. Fue un mal presagio pues el amor poco me ha querido. Quizá fue porque llegué tarde. De pequeño jugaba a ser periodista y de mayor sigo con la tontería. Ahora paso también el tiempo confundido: me consideran millennial y a la vez, viejuno. Me gusta todo lo que a cualquier individuo de un siglo anterior al XXI. Desde hace unos años me soportan en CORDÓPOLIS y a partir de este momento aparezco por aquí sin saber muy bien qué contar. Por cierto, me hago llamar Rafa Ávalos y mi única idea es escribir lo que me salga del… alma.

¿Qué nombre y en qué lugar?

'Mengano' entrevista a Lourdes Mohedano

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“Podría pasar / perderlo todo, volver a empezar / y no estaría mal”.

(Xoel López, Ningún nombre, ningún lugar, Paramales, 2015)

Apaga y cierra el portátil. Es un gesto cotidiano, un automatismo. Y a la vez, en esta ocasión es un hecho diferente. Sin esperarlo, las emociones le acorralan. Le asalta la nostalgia quizá o, probablemente, la incertidumbre. Porque deja atrás una puerta con el pomo en tambaleo y mira a otra nueva, pero tras cuyo umbral no sabe qué se va a encontrar. Con todo, es feliz. O cree que lo va a ser, al menos un poco más que hasta ese momento y desde un tiempo atrás. Mengano, periodista encerrado en el mundo, se deshace de la sensación de encarcelamiento, de la angustia de cada día. No tiene la más mínima idea de lo que está por llegar y sin embargo prefiere esa ignorancia a la teórica seguridad con que cuenta. ¿Quién no teme por el mañana desde el hoy pese a no vivir lo uno y estar lejos de lo otro? Refuerza su idea: quiere creer que es posible la vida más allá de la escenografía impuesta. Tras el dintel, se aguarda a sí mismo.

Quizá el 16 de junio, hace poco más de dos meses, hubo quien desconocía quién era el protagonista de ‘La historia de Mengano, periodista encerrado en el mundo’. Normal, vivimos tan preocupados de observar nuestro árbol que obviamos el bosque tras él. Al fin y al cabo, ¿qué interés puede tener lo que a otros le sucedan en la jungla de asfalto en que habitamos, devoradores de ilusiones y, peor aún, dignidades? Lo importante es mantener el halo de superflua notoriedad en Twitter. Tampoco es que el protagonista de la historia deseara entonces, como ahora, una ola de afecto impostado. Yo soy, al igual que era entonces, aquel Mengano. Un hombre triturado y cada día recompuesto con débiles costuras por la realidad en que avanzamos. Pero las dudas de aquel día desparecieron poco después para tornarse en certeza. Me marcho.

No sé si es un adiós o tan sólo un hasta luego, pero voy tras de mí, de mi nombre y de mi lugar

No sé si es un adiós o tan sólo un hasta luego, pero voy tras de mí, de mi nombre y de mi lugar. Abandono, al menos por ahora y durante un período indefinido, el oficio que desde pequeño fue mi vocación. Perdón por el inciso, pero me horripila el singular de la primera persona. Eso que a otros les apasiona al estar encantados de conocerse a ellos mismos. De egocentrismos a modo de agujeros negros, que lo consumen todo y primero a ellos mismos, se alimenta la sociedad actual. Y es ésta otra de las razones por las que, cual futbolista pero sin botas, cuelgo el teclado. Mengano es un tal Rafa Ávalos, que viene a ser un servidor. Es, sobre todo, un individuo desubicado dentro de la parafernalia y la voracidad actuales; en el mundo en que el móvil es un apéndice del cuerpo humano, las redes sociales dominan el planeta -de los simios, por lo general-, la hipocresía vence al talento y, por encima de todo, la inconsistencia y las apariencias valen mucho más que la verdad y el esfuerzo.

Este miércoles, 1 de septiembre tal como aquel de 2013, me despido de Cordópolis, mi hogar, y del periodismo, mi pasión turca -y esto es loca en el exceso-, es un día tal como el que comencé mi experiencia en su aventura. Era el tiempo en que otros y otras restaban crédito al proyecto de periodistas sin más, sin mecenas ni más red que la confianza en la profesión que querían y querrán defender. Corría la época del desprestigio a los formatos digitales, en que periódicos eran vistos, a modo de chanza, como blogs y en que quienes los hacían eran tratados como parias de un pequeño universo acomodado y de seres perezosos. Con los años vinieron las urgencias, la adaptación a una inmediatez convertida en indecorosas metodologías: la falta de contraste, el copypaste o el plagio sin más, el texto irreflexivo e impersonal… La mierda no se levantó con Internet sino con la ausencia de espíritu crítico y de una profunda revisión del modelo. Total, siempre quedarían ‘Sálvame’ y la búsqueda en la basura ajena al igual que las redes sociales. Y ahí va otra: ¿De qué sirve la exposición detenida, incluso cuidadosa y detallada, de los hechos si todo se cree saber en unos cuantos caracteres donde cualquiera es capaz, desde el anonimato, de llamar “hijo de puta” a otra persona? ¿Es que el periodismo ya es inútil?

Confío en que no. Confío en que la profesión es más imprescindible que nunca. Aunque sólo se demostrará cuando los incompetentes, manipuladores y estrellas del circo del siglo XXI con salarios astronómicos y los Chaves Nogales de marca blanca, esos cuya firma vale más que la historia o el personaje, se adentren en un doloroso y a la vez necesario debate sobre el oficio. Eso queda para ellos, los Pulitzer de medios locales y los Hearst de los nacionales. Mengano, que soy yo, ya se entendió que no era más que un Alonso Quijano ante molinos poderosos e incontrolables: un guerrero contra el planeta. También por eso me marcho, no sé si para siempre o sólo durante un largo, muy largo rato. Nada quiero saber desde este instante de mensajes en horas indecentes; de aguaceros antes llamados filtraciones; de intereses creados; de malas prácticas; de quienes, sin importar el género, son más divas que María Callas.

Mengano, que soy yo, ya se entendió que no era más que un Alonso Quijano ante molinos poderosos e incontrolables

Usted, compañero y compañera o sólo colega, no es más que una gota en el inmenso océano del olvido. Como usted, que de todo sabe y de nada demuestra saber, siempre desde la ofensa. Pero no quiero que esto sea una ristra de reproches. Dedicaría horas, páginas en papel y extensión en web, a atacar todo cuanto no me gusta y repelo. No sería justo para quienes me hicieron el camino más llevadero, a buen seguro sin saber que eran tierra firme para quien se sentía andar en arenas movedizas. Justo desde el instante en que hablo de mi adiós, o de que lo conocieran a través de las grietas de la rumorología en La feria de los discretos, habrá quien corra para murmurar. Es lo mejor que se nos da hacer en este tiempo: contar relatos imaginarios, cambiantes en cada boca a oído, y escarbar en el hipotético contenedor de aquel o aquella a quien sonríes. 

Me voy, sin irme, porque me sale de los cojones -que serían ovarios si fuera mujer-. Me voy porque necesito recuperar la cordura en medio de la insensatez y requiero, ayuda psicológica incluida, volverme a sentir yo y no Mengano. Me voy porque deseo saber mi nombre y mi lugar. Pero me voy enormemente agradecido. Con gratitud a un medio que me rescató del ostracismo aun cuando no era nadie -y sigo sin serlo-. Estos ocho años en Cordópolis fueron enriquecedores en lo profesional y lo personal. Quizá entrevisté a uno de los impulsores de Quilapayún y la Nueva Canción Chilena, Hernán Gómez, o a Raphael, para descubrir que tras mi temor ante el personaje sólo había un puñado de clichés; al Padre Ángel o, muy recientemente, a Lourdes Mohedano. Con ella cumplí un anhelo. Probablemente narré historias desde los patios, las cofradías o el deporte, siempre con la perspectiva más humana posible. Tal vez conté lo que me vino en gana de cualquier asunto. Fue gracias a quienes me dieron la oportunidad.

Para mí, Cordópolis no es una empresa sino el contenedor de mis sueños durante casi una década. Y mucho más, un vivero de experiencias inolvidables y, sobre todo, cuna de lazos irrompibles. Si algo me aportó esta etapa fue crecimiento profesional y más si cabe plenitud personal. Tal y como me ocurrió en Cordobadeporte. Me marcho porque mi ser lo exige, pero lo hago infinitamente agradecido a compañeros y compañeras, a quienes como yo durante este tiempo -como harán en adelante- dedicaron cada uno de sus esfuerzos a generar la mejor información posible, la más profesional, y, lo que es más importante e impagable, a cuidar de quienes estaban codo con codo. No voy a nombrar a nadie, ni de este periódico -que no es un blog, queridos cavernarios en plan reforma hoy en día- ni del anterior. Habría de utilizar mucho más texto. Gracias, pero de verdad, no de apariencia para tras girar 180 grados esbozar asco. Sin vosotros y vosotras, no sería quien soy.

Gracias, pero de verdad, no de apariencia para tras girar 180 grados esbozar asco

Aunque tampoco me conozco hoy en día. Injusto sería no agradecer a los compañeros y las compañeras que lo fueron con autenticidad, no como supuestos colegas que te dicen “tal y cual” antes de sacar la daga. Tampoco que no agradeciera a los lectores, también sin género, que a lo largo de estos años me mostraron su afecto y respeto. Por fortuna, puedo decir que fueron más ellos que los insultantes. Y, por supuesto, sea mi agradecimiento extensivo a las personas que facilitaron mi trabajo. Desde clubes, desde las tradiciones cordobesas, desde su propia individualidad. Ustedes tuvieron el protagonismo y casi siempre se rajaron el pecho para darse en totalidad. Me marcho, y lo hago con la sensación de estar realizado también por tratar de transmitir ideas a los que hoy son lo que fui yo. Gente con esperanza, a los que ayudar en su crecimiento y formación, profesional y personalmente, más que moldear al propio antojo. Cristian, Jesús, Miguel y Juan, gracias por el deseo y la voluntad.

Digo adiós, o hasta pronto, y lo dice Mengano, que ya no está encerrado en el mundo. “¿A dónde vas?”, preguntan los pocos que lo saben. “¿Qué vas a hacer?”, cuestionan otros. Es fácil la respuesta. Me voy al inexplorado territorio de uno mismo, a buscarme para encontrarme, a reconocer quién soy y quiero ser. Me adentro en mí mismo. Al fin y al cabo, aunque en el terrible mundo en que vivimos no lo parezca, lo fundamental es sentirse vivo. Y vivir, y saber cómo quiero hacerlo, es lo que busco. Porque, como canta León Benavente y como lo es cualquiera, “soy una piedra flotando entre las flores y el fango”. Pues que el lodo quede atrás. Y a quien haya llegado hasta la última línea, gracias por leer. Y a quien se quedara en las primeras, enhorabuena por saber de mí más que yo. Mientras, me pregunto: ¿Qué nombre y en qué lugar? Tranquilo, Xoel (López), es lo que voy a indagar.

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Cordobés como el pego, nací en plena Guerra Fría y crecí durante la Paz Caliente. En 1985 vine al mundo un día después de San Valentín. Fue un mal presagio pues el amor poco me ha querido. Quizá fue porque llegué tarde. De pequeño jugaba a ser periodista y de mayor sigo con la tontería. Ahora paso también el tiempo confundido: me consideran millennial y a la vez, viejuno. Me gusta todo lo que a cualquier individuo de un siglo anterior al XXI. Desde hace unos años me soportan en CORDÓPOLIS y a partir de este momento aparezco por aquí sin saber muy bien qué contar. Por cierto, me hago llamar Rafa Ávalos y mi única idea es escribir lo que me salga del… alma.

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