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Torre de Babel

Susana Díaz  | ÁLEX GALLEGOS

Aristóteles Moreno

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Una pequeña inversión y un plazo corto

Susana Díaz Ex presidenta de la Junta de Andalucía

Érase una vez una ciudad que necesitaba un Palacio de Congresos. En realidad, ya tenía uno junto a la Mezquita de Córdoba, que, como ustedes saben, es un monumento universal con una capacidad de atracción turística acojonante. Pero ese Palacio de Congresos, por lo visto, se había quedado anticuado y pequeño para dar respuesta a la avalancha de congresistas que estaban a punto de inundar la ciudad y colmar de bienes prodigiosos a sus habitantes.

Entonces al Ayuntamiento se le ocurrió la idea de emprender la construcción de uno nuevo al otro lado del río. El plan era promover un edificio innovador que dialogara con la Mezquita Catedral y tuviera un poder magnético sobre la ciudad al modo en que el museo Guggenheim de Bilbao logró remontar la imagen de una urbe gris e insípida del Cantábrico. Se montó un concurso internacional y ganó una propuesta audaz (y un poco salida de precio, que todo hay que decirlo). Tanto que el edificio acabó suspendido en el limbo de las ensoñaciones y nunca descendió a la tierra.

Luego llegó otro equipo de gobierno que hablaba un lenguaje distinto. E hizo lo que suelen hacer los equipos de gobierno. Descartar las propuestas de sus predecesores y buscar una propia que les otorgara identidad y apariencia de liderazgo. Propusieron remodelar el Pabellón que el cura Castillejo había diseñado en el Parque Joyero, situado en un lugar despersonalizado de las afueras de Córdoba. ¿Para qué quería el ex presidente de Cajasur un Pabellón en el Parque Joyero? Muy sencillo: para organizar eventos de autobombo y ponerle su nombre con letras grandes en el frontispicio de la nave.

La propuesta del nuevo equipo de gobierno era básicamente desvestir un santo para vestirlo de Palacio de Congresos. Por mucho que el santo del Pabellón del cura Castillejo hubiera costado una pasta gansa y apenas se hubiera usado en dos cenas laudatorias a mayor gloria del sacerdote banquero. Pero bueno. Al fin y al cabo, solo estábamos hablando de dinero público y de una caja de ahorros concebida para sufragar la megalomanía de un señor que se creía con una misión celestial que ejecutar en la Tierra.

No tardó mucho la Junta de Andalucía en hablar su propio idioma. Es decir: en plantear otra solución distinta. Ni el Palacio del Sur ni el Pabellón del cura Castillejo. ¿Y cuál? ¿Se acuerdan del Palacio de Congresos de la calle Torrijos? ¿Aquel recinto anticuado y pequeño para acoger la lluvia de congresistas que estaban a punto de aterrizar en Córdoba? Pues ese. Un día llegó la señora Susana Díaz, a la sazón consejera de Presidencia de la Junta, y anunció la buena nueva. Fue entonces cuando dijo que la alternativa apenas requería “una pequeña inversión y un plazo corto”. Hablamos de octubre de 2012. Y puso fecha: “A finales de 2013, podremos disponer de una infraestructura necesaria”.

Lo que ha sucedido después es una parábola bíblica. En todo este tiempo hemos padecido un diluvio de litigios entre empresas adjudicatarias, impagos a los trabajadores, obras suspendidas, rescisiones de contratos, una pandemia universal y un ininteligible galimatías de administraciones públicas que comenzaron a hablar su propio idioma como en aquella fábula asombrosa de la Torre de Babel.

La fotografía de la semana pasada del señor Moreno Bonilla inaugurando el Palacio de Congresos, diez años y once millones de euros después, solo se puede entender como un milagro al modo en que Jesucristo convirtió el agua en vino en las bodas de Caná. Así sea.

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