Intestino grueso
Voy a evacuar mis emociones
(Elena Lázaro. Bloguera de la vida misma)
El mundo se divide en dos tipos de personas. Los que liberan su encrucijada interior como quien hace punto de cruz y los que la atascan en su intestino grueso. De esta simple subdivisión biológica, que usted puede calificar de intrascendente, se derivan consecuencias determinantes para la humanidad. Nuestra vecina de planta es un genuino ejemplar de la primera categoría que acabamos de enunciar. Mientras que cualquier mortal se dedica a componer análisis absurdos sobre cuestiones triviales, la señora Lázaro evacua cada sábado sus dilemas existenciales con una ligereza que estremece. En eso, admitámoslo, tiene un terreno ganado que ni usted ni nosotros podemos siquiera soñar.
La felicidad, en cierta medida, es la capacidad de tener los desagües razonablemente desatascados. Al fin y al cabo, todas las excrecencias que vamos acumulando minuto a minuto, día a día, producto del rozamiento natural de la vida son materia innecesaria en nuestro interior. Por ahí, la digestión de nuestra vecina es encomiable. Desde el punto de vista dietético y también desde el punto de vista emocional. No hay más que observar cómo camina por la vida para comprender que metaboliza extraordinariamente bien.
Luego podrán venir los endocrinos a aconsejarnos una dieta ligera de grasas o rica en sales minerales. No decimos que no. Pero lo verdaderamente importante es evacuar regularmente en el lugar que corresponde. El verbo, por cierto, no podía ser más oportuno. Del vocablo, que alguien podría definir como chusco, la Real Academia de la Lengua dice lo siguiente: “Expeler excrementos u otras secreciones”. Que es, como todo el mundo sabe, una función orgánica ineludible.
El problema es que el universo está plagado de individuos que pertenecen a la segunda categoría. Tipos que no digieren adecuadamente sus emociones y, de pronto, un día cualquiera, les falla el sistema intestinal y te dejan el mundo hecho una mierda.
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