El amor de dios es infinito (dentro de un orden)
"Simplemente me casé con un hombre"
Todo el mundo sabe que un ser sobrenatural creó el universo de la nada. Durante cinco días puso orden a todo el caos creador. Al sexto cogió un trozo de barro y moldeó al hombre a su imagen y semejanza. De la costilla del varón sacó a la mujer, en un gesto simbólico que aún hoy, millones de años después, sigue provocando encendidos debates en la tertulia matinal de la Cope.
De los homosexuales no dijo nada. Ni de las lesbianas. Ni de los transexuales. Ni de los transgénero. Ni de las personas no binarias. Ni, si me apuran, de los negros, de los chinos, de los esquimales y, ni mucho menos, de los palestinos. A toda esa masa descodificada de seres vivos los dejó fuera del paraíso por razones de vaya usted a saber.
A muchas de estas subcategorías humanas aún no las reconoce, según se encargan de recordarnos un día sí y otro también los exégetas del misterio. Podríamos decir entonces que el amor de dios es infinito, pero dentro de un orden. Y que su casa está siempre abierta, salvo que monseñor diga lo contrario.
Al alcalde de Zuheros, sin ir más lejos, le acaba de cerrar la puerta. Juanma Poyato quería ser pregonero de la Hermandad del Rocío de Cabra, pero tuvo el desliz de contraer matrimonio con su pareja de toda la vida. Y la homosexualidad, como ya hemos dicho, no figura en el libro del Génesis donde todo está escrito. La inabarcable misericordia de la Virgen del Rocío, por lo visto, limita al norte con los principios teologales del Concilio de Trento.
“Simplemente me casé con un hombre”, ha declarado el señor alcalde con una mano en la fe y la otra en el desconcierto. Pero oiga. Las verdades de la creación están escritas sobre piedra. Y ni siquiera el Papa Francisco, con toda la fuerza de su pontificado, puede cambiar ni una sola coma del texto original. Por muchas bendiciones que ahora autorice a dar a todos los seres descarriados que gravitan por el universo.
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