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Érase una vez Nueva Carteya...

Alejandra Vanessa

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Érase una vez New Carter Now, ejem, quise decir érase una vez Nueva Carteya. Hace unos cuantos años, en el 1942, nació allí un enamorado de la Naturaleza llamado Francisco Bellido García. Sus padres eran oriundos de Montilla pero al montar una panadería en Nueva Carteya decidieron trasladarse para siempre con la familia. De niño asistía por las mañanas a la escuela y prestaba mucha atención a las lecciones. Eso sí, a la vuelta salía pitando con su padre al campo, que era donde más le gustaba pasar el tiempo.

Ahora, como vive en Córdoba capital, lo echa de menos, y la vida al aire libre. Correr tras las liebres con el intento infantil de alcanzarlas, trepar a los árboles para observar las crías de gorrión en el nido que se aposta en la rama, sorprender a mamá coneja a la puerta de la madriguera cuidando de sus conejitos, y cosas por el estilo. El único animal con el que nunca consiguió entenderse fue ¡la culebra! Era capaz de perderse en el monte con tal de rehuirlas si aparecía alguna al remover un matorral o retirar una piedra grande.

Paco trabajó mucho en el campo por gusto, sin obligaciones. No se perdía una vendimia, y en el tiempo de la aceituna cribaba olivos al tiempo que los veteranos entendidos. Además, siempre se acompañaba de unas tenazas especiales con las que iba cortando las ramitas secas de los olivos. Supongo que es una de esas costumbres que ya no sabes si son manías porque no permite que sus geranios y naranjos luzcan una sola hoja seca.

Podría decirse que en el campo terminó su proceso de adolescente a hombre, tal vez de ahí su pasión. Una noche fueron de cacería su padre y él a unas arandelas que había a siete u ocho kilómetros del pueblo. Se preparaban para la caza cuando, al momento, le dijo su padre: “Hijo, que se me han olvidado los balines de la escopetilla. Anda ve a por ellos a la casucha”. La casa estaba a unos quinientos metros y la noche cerrada. A cada dos pasos, miraba para todas partes, andaba otro tanto y daba la vuelta a cada olivo para ver si había alguien. Fue el día que más miedo pasó en su vida, será por eso que se le quitó de por vida. Tú eres un hombre, ¿no? Pues venga a la casa a por los balines. Como apunta entre risas el propio Paco, “Mi padre lo hizo a cosa hecha. Nada de reñirte ni nada. Cosa de antiguos pero que surtió efecto”.

Sin embargo, lo que más echa de menos de Nueva Carteya es la pandilla, lo bien que lo pasaba en el pueblo con los amigos. Su punto de encuentro era el bar Paco, el bar de los estudiantes. Se sentían tan a gusto, tan en familia, que podían pasar allí desde las doce del mediodía hasta las seis de la mañana que volvían a casa. Entre el vino y las cervezas se contaban sus historietas, tonterías de la edad o el curso de sus estudios. Cuando estaban más alegres o en las partidas de cartas apostaban a ver quién era capaz de ir al cementerio y traerse una rosa. Una noche le tocó ir a su amigo Fernando y estando en el cementerio se enganchó en un rosal. El pobre gritaba desesperado: “¡¡por favor, soltadme que no vuelvo más!! ¡¡lo prometo, no vuelvo más!!”. Y me parece que Paco piensa en alto: “eso es verdadero... más sanas... nuestras diversiones...”.

Francisco Bellido García es un enamorado de la ciudad de Córdoba pero cuando habla de su pueblo le brilla a juventud la mirada y la voz a paz. Se siente orgulloso de sus orígenes, de sus recuerdos, de la piedra que trancaba la puerta de casa. Porque en verdad antes “éramos todos una gran familia”.

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